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Este año, los invitados a la cena de gala en la que se entregaron los Premis Ciutat de Palma llenaron la Sala Magna del Pueblo Español hasta la bandera, al contrario que en otras ediciones, en las que las mesas del fondo, junto a la puerta de entrada, se veían casi siempre vacías. Parece que los servicios de Protocolo del Ajuntament consiguieron un mayor quórum. Por allí vi muchas caras nuevas que no conocía y otras conocidas que nunca me había topado en semejante evento. Aunque tampoco pasaron desapercibidas algunas ausencias notables en el sector de las letras. Lo que abundó fueron los artistas plásticos de todo tipo, condición y estilo. La 43 edición de estos galardones se vio inmersa en la polémica porque, días antes del fallo del jurado, el nombre de Biel Mesquida circulaba por Ciutat como ganador del premio de novela. No es la primera vez que sucede en esta convocatoria y, ¡oh casualidad!, los rumores resultaron ciertos. A la hora de desmarcarse de la misma públicamente, los caballeros que formaban parte del jurado eligieron a la única mujer del mismo, Antònia Vicens, presidenta de la Associació d'Escriptors, para que subiera al estrado a dar las justificaciones correspondientes, que, en esta ocasión, fueron dobles. Una, habitual en estos casos, la de alabar la calidad literaria de la obra elegida, y otra, nunca antes oída, la de desgranar la votación con pelos y señales para que se viera que no hubo tongo y leer una nota según la cual se desentendían de la mencionada polémica. ¡Menudo morro tienen los señores del jurado!, pensó la que suscribe cuando vio a Antònia ante las cámaras de televisión y el respetable asistente. No obstante, el señor Baltasar Porcel, que formaba parte del mismo, negó que hubieran dejado a la escritora sola ante los leones y aseguró que yo era una malpensada. Lo siento, señor Porcel. A pesar de su encantadora sonrisa, no me lo creo. Al contrario, estoy segura de que a ninguno de ustedes, caballeros, les apetecía lo más mínimo entrar al trapo.