En la última columna acababa de instalarme en Bunyola. Cuando comentaba hace un 'par de semanas' (mallorquinas) que mi ejercicio profesional ha estado a caballo entre dos siglos, también conviene aclarar que en algunos detalles podría remontarme mas atrás ya que en las condiciones en que he pasado consulta no siempre eran del siglo cronológico. La disponibilidad actual de recursos en cualquier Centro de Salud, poco tiene que ver con las que encontrábamos en los consultorios de muchos municipios rurales de nuestro país. Cuando trabajaba como interino en Priego de Cuenca, la consulta tanto en el Municipio como en el anejo Der San Pedro de Palmiches se pasaba en dependencias de los respectivos ayuntamientos.

En los veranos, dado lo alejado de esa zona de la serranía lo habitual era que nos sustituyéramos entre nosotros, y yo la hacia con mi compañero, y también con Francisco Sofoca, el Titular de la Frontera. Mi amigo Paco, además del municipio principal tenía 6 anejos, pueblos más pequeños que no disponían de Médico propio y a los que había que desplazarse una o dos veces en semana. Fue toda una experiencia porque en ellos las consultas eran de lo mas pintoresco, dependencias municipales, escuela donde el Médico se colocaba en la mesa del profesor y los pacientes se iban acercando, e incluso un domicilio particular donde se pasaba la consulta en la cocina y en presencia de los dueños de la casa.

Con esa experiencia encima, poco más podía sorprenderme en Mallorca. Y no fue nada infinitamente mejor que a lo que ya estaba acostumbrado. En Bunyola la consulta en el año 1983 estaba situada en los bajos del Ayuntamiento. Con un sólido mobiliario heredado de algún alcalde de los años 30-40, auténticas joyas de anticuario, aunque poco cercanas a la idea que tenemos de una consulta. Había lavabo, aunque inicialmente no camilla para exploración. No se disponía de ningún aparataje diagnóstico o quirúrgico, ni los más simples. Como entonces era habitual en la sanidad rural. Lo que necesitabas habías de adquirirlo tú, situación paradójica, ya que ningún trabajador por cuenta ajena (que yo sepa) ha de hacerse cargo de sus herramientas de trabajo.

Bunyola, por aquel entonces era un partido médico cerrado, con una sola plaza de Médico Titular, y salvo el octogenario Don Bernardo Mestre, toda la asistencia médica del municipio era de mi competencia. Además del núcleo central, hay varias urbanizaciones, la más grande Palmanyola, y el Municipio de Orient. No se había establecido turnos de guardias con ningún médico de los alrededores, ni obviamente en aquella época existían los PACs, lo que representaba estar de guardia localizada 24 horas, 7 días en semana y 365 días al año, excluyendo vacaciones. Tampoco existían por aquella época los teléfonos móviles con lo cual, para disponer de cierta movilidad, me hice con un busca de Angel 24 h, que llevé pegado a mi riñón derecho durante muchos años.

Los Médicos Titulares de APD, teníamos la obligación de estar dos horas y media de consulta, cosa que en mi caso jamás llegué a cumplir, y no por defecto, sino por exceso. En Palmanyola, inicialmente, no había consulta, pero a solicitud de los vecinos de la urbanización, y previo acuerdo con el Ayuntamiento de pasar consulta dos días en semana. El local era una habitación del Hotel, convertida en despacho que compartía con alguien de la federación de futbol o de árbitros.

A poco más de un mes y medio de mi llegada a Bunyola, un sábado, tras pasar consulta, fui a recoger recetas del Ibsalut para evitar tener que buscarlas muy pronto el lunes. Justo delante de Palmanyola, viniendo por la carretera de Sóller, un tractor con remolque que salía de la urbanización se saltó un stop, y me lo encontré ocupando toda la carretera. En un instante decidí, y eso me salvo la vida, acelerar e intentar pasar por el poco espacio que aún había delante, saliéndome un poco al arcén. Y lo conseguí, si bien al intentar recuperar mi carril me pasé al carril contrario y horrorizado vi de frente la cara de un conductor en un Volkswagen escarabajo. Di un volantazo para evitar el choque frontal, pero perdí el control del coche y me salí de la carretera, y al haber un desnivel con el terreno comenzó a dar varias vueltas de campana. Recuerdo las vueltas de campana como a cámara lenta, de modo casi cinematográfico. Finalmente quedó el coche boca abajo, y salí por donde antes estaba el cristal delantero. Increíblemente indemne, aunque después pasé unos días dolorido.

Los vecinos que supongo que oyeron el estruendo del golpe enseguida vinieron a socorrerme, y a retener al conductor del tractor que se intento fugar del lugar del accidente. En seguida llegó la Guardia Civil a hacer el atestado, y recuerdo que se ofrecieron para llamar a mi mujer, pero consideré más prudente contarle yo en persona lo que había pasado y que, aunque el coche estaba destrozado, yo estaba entero. Hasta días después, ya en el taller, no vio en el estado que había quedado.

Por aquel entonces ya conocía a un primo de un amigo de mi padre, Laureano Irazazabal Hevía, que fue durante años uno de mis mejores amigos. El me prestó un Seat 600 con el que me maneje casi 6 meses, tras el accidente. Laureano tenia toda un historia dramática a sus espaldas. Su padre, Candido Irazazabal, capitán se lo lleva de vacaciones con 8-9 años a una posición en el frente marroquí. Los militares españoles estaban muy seguros y tranquilos, hasta el punto de que se llevaban a sus hijos al frente durante el verano.

En julio de 1921, el capitán Cándido Irazábal estaba al frente de la 4ª compañía del III Batallón del Regimiento Melilla nº 59. El día 22 su unidad se encontrada destacada en Terbibin, con una sección destacada en Tas Tikermin. Nadie esperaba el levantamiento de las tribus del Rif, cuando y estando junto a su padre, los moros atacan por sorpresa. El padre muere y el niño, a pesar de recibir un balazo, es cogido prisionero y llego a estar en las manos de Abd el Krim, el caudillo de los rífenos sublevados. Fue liberado y devuelto a España. En la foto aparece casi recién llegado a España.

La dramática historia que vivió de niño tardó bastante en contármela, pero no fue la narración de algo sucedido años atrás, porque él siempre la tuvo bien presente. Y yo le acompañé en su viaje al pasado. Pero Laureano era una persona muy jovial, lleno de un excelente humor y gran conversador. Un auténtico 'Bon Vivant', que se paseaba en un Jaguar de 12 cilindros, con dos depósitos de gasolina, en el que solo se escuchaba la maquinaria del reloj.

Laureano era el representante y productor musical del tenor Alfredo Kraus y vivir en un chalet en la carretera a Santa Maria. Era tío del que fue presidente del Congreso de Diputados Felix Pons Irazazabal. Fueron unos grandes amigos. Recuerdo muchas tardes de domingo jugando a las cartas, de manera encarnizada, con ellos y las hermanas de Laureano, a las cartas, con garbanzos lo que no le quitaba la competitividad absoluta. También recuerdo que tenía un estudio musical en su casa, y en ocasiones me hacia escuchar diferentes fragmentos de óperas para comparar a Kraus, con Domingo, Carreras y Pavarotti.