El Dr. José María Valverde. | Pere Bota

Aunque realmente mi ejercicio profesional se ha realizado a caballo entre las dos últimas décadas del siglo XX y las dos primeras del XXI, casi podría hablar de haber vivido la medicina de tres siglos. Obviamente esta afirmación la he de explicar, y es justamente lo que voy a hacer en este artículo.

Las condiciones de la medicina rural, a principio de los años 80, en muchos de los pueblos de nuestro país, y sobre todo en los que yo inicié mi andadura como médico, no diferían en mucho de lo que habían sido en el último siglo.

Lo común en esa época era la individualidad y el aislamiento.

El campo de competencias era absolutamente inmenso ya que abarcaba, a parte de la medicina de familia, por la pediatría, la gerontología, la ginecología, la cirugía menor, y hasta donde pudieras llegar de todo lo demás. Ya que enviar al paciente y desplazarle hasta una ciudad con hospital no era nada sencillo.

Esa distancia al hospital incluía también la dificultad para la solicitud de analíticas, radiología y cualquier otra prueba diagnostica. Por otro lado, salvo que tu carácter te hiciera posible entablar amistad con los compañeros de los pueblos limítrofes, tú estabas también absolutamente aislado durante el servicio de urgencias 24 horas, 7 días a la semana. Y estabas ligado de por ley a vivir en el municipio.

En algunos casos y como forma de conseguir médicos, los ayuntamientos que se lo podían permitir construían una 'casa del médico', que en muchos casos también era el lugar de la consulta y el centro de urgencias. Incluso en algunos municipios con mucha dispersión de habitantes y dificultades de acceso también existía coche, generalmente un Land Rover y chofer para este.

El instrumental y el aparataje diagnóstico era a cuenta del profesional. Lo que hacía que el fonendo, el aparato de tensión, otoscopio y oftalmoscópio, una linterna y material quirúrgico para la sutura, eran en la mayor parte de los casos, lo único que se disponía. Y con eso y muy buena voluntad te habías de enfrentar a todo lo que hubiera.

En aquella época la sanidad no era universal, ni gratuita para todos, y estábamos obligados a atender a los pacientes incluidos en el patrón de beneficencia municipal. Algunos colectivos como los autónomos no disponían de seguridad social por lo que existían las 'igualas' que era un dinero que aportaban las familias mensual o anualmente para recibir asistencia.

Los que no tenían derecho a la asistencia, la mayor parte de la población, abonaba igualmente las 'igualas' y en muchos casos el cobro de estas lo efectuaba la propia policía Local, hecho que le daba más oficialidad a algo que era 'ilegal' por calificarlo suavemente de alguna manera.

Los sueldos eran bajos. Uno era el que abonaba sanidad como 'la titular', el sueldo como funcionario del Cuerpo de Medicos Titulares y tenía que ver con las funciones de inspector de sanidad, y la atención al patrón de beneficencia. Y después estaba el sueldo de la seguridad social por las funciones asistenciales al que estábamos automáticamente asimilados los titulares.

Entre las obligaciones inspectoras estaba el 'tallaje de quintos', los reconocimientos escolares, las campañas de vacunación, inspección de locales de hostelería y restauración e inspección de viviendas previas a la concesión de la célula de habitabilidad. A eso había que añadirle otras funciones que se te podían delegar como la de forense, y que en función de lo alejado que estuviera tu municipio lo mas probable es que se te delegasen más de un levantamiento de cadaver, e incluso alguna autopsia.

Otros añadidos eran el de médico de la plaza de toros que aprovecho aquí, para recordar el sufrimiento que para mi representaba tal cometido. En Priego de Cuenca había plaza, y aunque era una actividad remunerada, asistir a las corridas, con una enfermera absolutamente precaria, con tantos años como tenía la plaza, con el material para las curas y todo lo que podías necesitar en una caja de cartón, que alquilaba el farmacéutico para el evento y en el que había que rebuscar si necesitabas algo, para mi fue siempre una fuente de preocupación. La enfermería estaba en la zona de sol, lo cual y añadido a la preocupación me hacía sudar la camiseta tanto o más que los toreros, y estoy seguro de que sufrí yo mucho más que ellos.

Resumiendo: Solo, aislado, sin medios y con un campo de competencias infinito. Esa era la realidad de la medicina rural en la España de los 80.

En el pueblo de la Mancha conquense de El Pedernoso donde me estrené como eventual, una categoría superior a la de substituto, pero por debajo de ser interino estuve unos tres meses. El titular de la plaza, Don Ricardo, había obtenido una plaza de médico forense en Icod de los Vinos en Tenerife y pidió unos meses para aclimatarse allí. Como estaban todas sus pertenencias en la 'casa del médico' solo tuve acceso al área de la consulta, sala de espera y garaje. Previamente a enfrentarme a solas con la consulta me fui unos días con él para aprender.

Era un gran clínico, una persona muy digna desde la cercanía y una persona muy querida en el pueblo. Recuerdo como lemas algunos de sus consejos pero sobre todo el de «a quien has de ganarte es a los más humildes»

Como curiosidad os contaré que como algunos disponía de una maquina de rayos X, que me enseñó a manejar, y que aunque él utilizaba bastante como medio diagnostico, a mi me daba bastante respeto y en tres meses puede que la utilizara una o dos veces a lo sumo.

El pueblo era y es pequeño, inferior a los 1000 habitantes. Legalmente la consulta de un medico titular era de 2,5 horas, aunque a mí me llevaba toda la mañana, y en algunos casos en que quería explorar con más cuidado o tenía alguna duda a estudiar, les hacía volver por la tarde. Los sábados los dedicaba a visitar a domicilio a aquellas personas que no podían acudir a consulta, ancianos y discapacitados.

Me pasaba horas estudiando porque mi lista de necesidades se iba llenando cada día.

Llegando al tercer mes se me anunció la llegada de una compañera a la que se le había concedido la interinidad, algo que era de esperar. La sorpresa fue que el pueblo también se enteró y con la colaboración del alcalde recogieron firmas para que yo no abandonara el pueblo. Las firmas obviamente, al margen del testimonio de cariño hacia mi, no eran decisorias, pero hicieron que se me citara en la concejalía de Sanidad, para ver quién era yo y el por qué del apoyo del pueblo.

De esa entrevista surgió la oferta de una interinidad en la Alcarria conquense, donde trabajaría los siguientes dos años y medio. Pero eso ya es otra historia.