Tòfol Peláez posa para este periódico en el campo de fútbol de Son Malferit. | M.ALZAMORA

Constància. Sólo leer y decir el nombre se me pone el vello erizado. Y es que son tantos y tantos los recuerdos que siguen vigentes en mi mente que es difícil quedarse con alguno. Momentos inolvidables como narrador de partidos en los que me quedo con la profesionalidad, el respeto y la admiración por cómo me trataron siempre las personas de ese club, desde el presidente hasta los que limpiaban en la lavandería.

Con todos podías comentar aspectos deportivos, pero siempre con respeto. Recuerdo los muchos viajes por toda la Península y me quedo con las amistades que gracias a un micrófono pude hacer. Por encima incluso de los muchos sitios visitados, me quedo, a pesar de la derrota, con el calor, el afecto y el cariño que se nos brindó el Eibar y la decepción de Zamora, aunque por encima de todo no se me olvidan las ganas y la ilusión que veía en todos y cada uno de los integrantes de la plantilla. No olvidaré nunca la primera narración desde el Nou Camp d’Inca, por teléfono fijo y ante el Porreres. Eran otros tiempos.

Ya como delegado de equipo y jefe de expedición, lo que más me llena es la gran cantidad de amigos que hice. Algo increíble. Nuestro trabajo en Inca era que la gente, que los equipos que llegaban al Nou Camp, se sintiesen como en casa, y a fuerza que lo conseguimos. Los partidos se jugaban a las cinco de la tarde y a las once de la mañana ya estábamos en el campo, éramos unos entusiastas preocupados porque todo saliera bien; Rafel Nicolau ya lo decía durante la semana «no pot fallar res».