Pete Sampras y Carlos Moyà, tras la final de Australia.

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Recuerdo presentarme en la casa de los Moyà-Llompart para cubrir el evento. Era un coqueto duplex cercano a la Plaza de Toros. Toqué el timbre a una hora intempestiva (sobre las dos de la madrugada) y prácticamente recién aterrizado de Madrid, donde el Mallorca de Víctor Muñoz había sido goleado en el Soto de Móstoles por el filial del Atlético de Madrid. Me abrieron sin apenas mirarme a la cara y accedí al interior del piso. Rodeado de cables, cámaras de televisión y micrófonos, Andreu y Pilar contemplaron atónitos la hazaña de su pequeño. Los padres no viajaron hasta Melbourne por el sorteo. El cuadro había deparado un duelo con Boris Becker, que defendía el título, en primera ronda. Parecía que Carlos iba a tener un camino breve por el Abierto de Australia y por eso decidieron no desplazarse.

Pero nada más lejos de la realidad. Aquel chaval llegó a Australia como una promesa y abandonó las entrañas de Melbourne Park apenas dos semanas después convertido en un icono mundial. La vida de Carlos Moyà Llompart (Palma, 1976) cambió para siempre en el primer Grand Slam del curso. Aquel joven imberbe de 190 centímetros, imagen fresca y 20 años pasó del anonimato al top-ten el 26 de enero de 1997. Este miércoles se cumplieron 25 años de una final que marcó un punto de inflexión en su trayectoria y en el despertar del tenis nacional después de varias décadas de frustraciones. Moyà alcanzó la final, donde se encontró con un Pete Sampras letal. Pero daba igual. Ya había hecho historia. Un cuarto de siglo después, como entrenador de Nadal, aún se recuerda aquel Hasta luego, Lucas...