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Nadal es eterno. Un jugador indestructible. Inigualable. Su leyenda se reescribe y agranda cada año. A la tiranía que ejerce en París cabe añadir sus reconquistas, que se suceden en el tiempo. Anoche volvió a dejar escrito su nombre en Flushing Meadows, donde el tenis del mallorquín había adquirido una fuerza huracanada.

El díscolo Daniil Medvedev rubricó el partido de su vida, pero no fue suficiente para contener el juego y la decisión de Rafael Nadal, que agarró su cuarto trofeo en Nueva York y también su décimonoveno «major».

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El nuevo éxito del balear le acerca más que nunca al récord de 20 grandes que luce Roger Federer y la distancia de Novak Djokovic, ganador de 16 Grand Slams. Palabras mayores. A sus 33 años, Nadal lleva tiempo convertido en un mito y cuando las lesiones se lo permiten hay que tenerlo en cuenta absolutamente para todo.

Medvedev alcanzó la final de Nueva York exultante. El joven ruso es el tenista que más triunfos (50) ha logrado este curso, pero superar a Nadal en una final es otra historia. Un reto gigante. Medvedev no se escondió y tampoco tardó en soltar latigazos, pero la réplica del zurdo fue contundente. Una de las mejores finales de la historia había empezado a cobrar forma. Todo parecía encarrilado para el mallorquín, pero era mentira. El duelo acabó siendo una batalla titánica; un espectáculo grandioso que se resolvió en el quinto set.