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El 19 de mayo de 1999 es una de esas fechas que la afición del Mallorca va a llevar siempre tatuada en el corazón. Los seguidores bermellones, que aquel día teñían la North Stand de Villa Park como habían pintado un año antes las gradas de Mestalla, vivieron una jornada eterna en Birmingham. El partido, solo emborronado por un derechazo imposible de Pavel Nedved desde la media luna del área, no tuvo la épica ni la mística de la final de Valencia, pero trasladó al Mallorca a una dimensión hasta entonces desconocida. A un escenario que, seamos sinceros, parece imposible volver a pisar en un contexto como el de estos días.

Si de algo sirvió la fallida final de La Cartuja fue para desbloquear recuerdos. Y pocos habrá más dulces para el mallorquinismo de mediana edad que el de aquella temporada en la que su equipo estrenaba pasaporte y empezaba a competir en Europa en un torneo que las nuevas generaciones, desgraciadamente, ya no han conocido. Cuatro eliminatorias preciosas —¿quién no recuerda la visita del Chelsea al Lluís Stijar?— coronadas en la ciudad de las West Midlands por una final frente a una Lazio de videojuego. Roa, Stankovic, Ibagaza, Lauren o Dani frente a Nedved, Mihajlovic, Mancini, Vieri o Marcelo Salas. Cúper contra Eriksson. Un regalo para la memoria de quienes lo disfrutamos. Un viaje por las nubes que ahora, un cuarto de siglo más tarde, parece que fue un sueño.