Javier Aguirre, en el centro, se dirige a los jugadores del Mallorca en el estadio de La Cartuja. | Carlos Gil-Roig

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La Copa del Rey es la competición preferida del Mallorca. El torneo que más le seduce. Su jardín favorito. El lugar en el que ha celebrado sus victorias más especiales y en el que ha sufrido algunas de las derrotas más desoladoras. Un campo de batalla repleto de escenarios icónicos al que ahora se ha incorporado La Cartuja. El estadio sevillano contempló este fin de semana a una de esas caídas que generan tanto dolor como orgullo. El club balear perdía la tercera de las cuatro finales que ha disputado y se despedía del que hubiera sido su segundo título sin haber sufrido ninguna derrota en ocho partidos y sin haber ido por detrás en el marcador en ningún momento. Es el primer equipo al que le ocurre en la historia copera.

El Mallorca ha abrochado sin el trofeo una de sus mejores copas. Ha sumado cinco victorias y tres empates y en todo momento ha tenido el mando del marcador. En las cuatro primeras rondas, en las que se cruzó con rivales de menor categoría, ni siquiera encajó goles en contra. Y cuando empezó a recibirlos, a partir de cuartos de final, siempre se había adelantado antes.

Los primeros tantos, obra de Stuani y Savio, se los endosó el Girona en Son Moix cuando el marcador ya estaba 3-0 y el equipo de Aguirre se quedaba en inferioridad tras la expulsión de Antonio Raíllo. Y el tercer gol que encajaba Dominik Greif antes de la final lo anotaba Mikel Oyarzabal cuando antes había marcado Gio González para agilizar la clasificación bermellona. Una dinámica que se mantendría en la gran final de Sevilla. Dani Rodríguez rompía el hielo del marcador y Oihan Sancet lo neutralizaba tras el descanso. No habría más cambios de poder en el marcador, pero tampoco la gloria del título.