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Con una propiedad enigmática y espléndida a partes iguales, el Real Mallorca ha experimentado una catarsis con escasos precedentes en el deporte mundial. No hace tanto andaba por Peralada, donde probablemente adquirió una capacidad de resiliencia que ha moldeado su actual perfil y fijará su futuro. Ha sido quizás Javier Aguirre quien más ha afinado, pero es indiscutible que la evolución de la escuadra balear se inició en las catacumbas. Fue en Segunda B donde se produjo el particular Big Bang bermellón. Algunos mantienen que había que morir para renacer.

El camino ha sido tan largo como breve. Depende de la perspectiva, aunque la fecha es inamovible: en 2017 el equipo estaba en el fango de la «B» y en abril de 2024 disputará la final de Copa del Rey. Hubo un tiempo en que había arraigado el mensaje de que el RCD Mallorca debía recalar en Primera y manejarse entre la aristocracia por decreto. La Champions avivó quizás esa idea en el subconsciente de la hinchada, que llegó a aburrirse viendo al equipo transitar por Primera.

Fue necesaria la crisis del ladrillo y el concurso de acreedores de una promotora inmobiliaria para desatar una guerra civil sin precedentes y evidenciar que el Real Mallorca es inmortal, pero no inmune a los virus. El viaje por las tinieblas atrajo a todo tipo de personajes y parásitos. El club se desangraba, pero milagrosamente seguía respirando. Fue en una de Berlanga cuando aparecieron los americanos. Casi nadie los esperaba, pero ahí estaban. Ocurrió casi todo después del Centenario. Su gran aval era una franquicia NBA –la de los Phoenix Suns– y también su ingente talonario. Pagaron deudas, pagaron más deudas y entregaron el timón de la entidad a un narcisista.

A pesar de los dólares, el mallorquinismo no encontró la felicidad hasta que reclutó a Vicente Moreno. Con el entrenador valenciano empezó a cambiar casi todo. Su manual resultó tan didáctico como filosófico. Su obra continúa vigente. Fue Vicente Moreno quien bajó al mallorquinismo de la Champions League y le entregó un pico y una pala. Sólo su huida de la Isla impide dimensionar su trascendencia. No es la final de Copa de Moreno, pero la cultura que impregnó ha acabado moviéndolo casi todo. Luis García lo entendió a medias y Javier Aguirre acabó siendo el idóneo.

Con muchas horas de vuelo, el vasco es un tipo que siempre suele cumplir con su parte del trato. Ha mantenido al RCD Mallorca a flote con suficiencia y 21 años después lo ha conducido hasta otra final. Su Mallorca suele recibir críticas, pero es el que le gusta a Javier Aguirre. A vueltas con su futuro –su continuidad plantea interrogantes–, es innegable que el mallorquinismo le recordará durante mucho tiempo. Si gana la Copa del Rey, formará parte de la leyenda. Si no es así, también. Javier Aguirre ha fabricado un Mallorca con alma granítica y eso nunca pasa inadvertido. Ante una oportunidad para tocar el cielo, es saludable recordar que volver a llegar hasta aquí no ha sido fácil, incluso hubo que presenciar una gran explosión y caminar por el infierno. Ahora, disfruten del viaje.