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Médico y comunicador. Amigo de sus amigos. Bartomeu Beltrán era un trabajador incansable. Accedió a la presidencia del Real Mallorca cuando la entidad transitaba por Segunda División con la única esperanza de que lleguen tiempos mejores. Beltrán modernizó el Mallorca, lo dotó de infraestructura interna, adquirió los terrenos de Son Bibiloni, inundó la Isla de ‘punts vermells’, recuperó la ilusión de una afición alicaída y logró una gesta tan imposible como dotar de orgullo a los mallorquinistas.

Transformó el desvencijado palco de autoridades del viejo Lluís Sitjar en un lugar moderno y desterró al baúl de los recuerdos las presentaciones de futbolistas en la estrecha sala de prensa del estadio, que pasaron a realizarse en una lujosa sala del Hotel Meliá de Mar. Fue un simple gesto, que significó mucho para todos los actores del microcosmos mallorquinista.

Beltrán era un adelantado a su tiempo, que logró dar vida a un equipo sin pulso, que varió el rumbo de la historia. Beltrán pensaba en el Mallorca a todas horas, era capaz de despertarse en Madrid, mantener una reunión en Palma, volar a la capital para comer en Antena 3 y visitar por la noche a un grupo de peñistas en cualquier pueblo de la Isla. Acercó el club a la sociedad, lo abrió e intentó que el Mallorca fuera sentido como propio por todos. Sabia que el mallorquinismo no se podía comprar ni vender y que los sentimientos no tienen precio.

Beltrán regalaba favores. Divulgador médico, director de prevención y servicios médicos de Atresmedia, Beltrán colaboró en diferentes medios de comunicación. En Balears, colaboró con IB3 y mantuvo una intensa relación con Ultima Hora.

Gràcies, Tomeu. Per tantes coses! Per tants moments! Per tantes il·lusions!