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Siberia se hermanó con el Novisitmallorca Estadi y nos ofreció un mediodía idóneo para cocido en mesa camilla con brasero y televisión. Los mallorquinistas que osaron acudir al campo disfrutaron como niños jugando en un parque de bolas: ahora te pego yo, ahora me pegas tú, ahora te tiras tú, ahora me tiro yo. Y al final acaba ganando el que organiza la fiesta. El campo no se llenó y va camino de maracanizarse inevitablemente: no se llena nunca y siempre hay una buena excusa para que así sea. En esta ocasión la combinación perfecta de horarios, temperatura y precio de las entradas justifican los huecos en la grada.

El Mallorqueta de Aguirre se encontró con el partido soñado. Sin ocasiones, sin control, sin juego y con un gol antes de que el Real Madrid hubiera descubierto que el partido ya había empezado. A partir de ese momento, la nada. Negados los madridistas, el Mallorca dominó el partido porque el partido no tuvo dominio. No pasó casi nada, los porteros pasaron inadvertidos y es posible que muchos se fueran del estadio sin saber que Courtois se lesionó en el calentamiento y no pudo jugar. La plaga de lesiones de los madridistas es casi bíblica y lleva camino de permitir el debut del hijo de Carletto como jugador, a tenor de las múltiples ausencias. Si le añades los ocupantes del banquillo que están, pero como si no estuvieran el Real Madrid tiene muchos huecos que rellenar en su armario. Las perchas que hoy ocupan los Odriozola, Vallejo, Mariano o Hazard tienen fechas de caducidad, pero con partidos como los de este domingo la renovación de Ceballos y de Marco Asensio es más posible que probable.

El mallorquín es la eterna promesa. Nadie duda de su calidad, de su capacidad para el gol. Sin embrago, eso no le basta para sentar cátedra en el Real Madrid. Su intermitencia, sus ausencias, su languidez, provoca en los madridistas más dudas que certezas y eso en la Casa Blanca es una losa muy pesada. Tiene media temporada para demostrar que la camiseta no le viene grande y que todo lo que un día le llevó a Madrid sigue intacto, Especialmente, sus ganas de triunfar en la capital.

Vinicius, l´enfant terrible merengue, prometía sin cumplir, metía miedo sin asustar. En pleno proceso de beatificación para unos y de crucifixión para otros, el brasileño corre el peligro de ser devorado por su propio personaje. Es un jugador fantástico, pesado hasta decir basta, insistente, valiente. Además, ahora tiene el gol que antaño se le resistía. Sin embargo, su tendencia natural a las batallas insulsas, a las balas de fogueo, le distraen de su objetivo verdadero. La defensa mallorquinista era conocedora y le fue mostrando los señuelos necesarios para que, más allá del penalti provocado, no tuviera el peso en el partido que su calidad permite exigirle.

Al otro lado del ring, el amigo Muriqi, uno de esos tipos que siempre elegirías para ir de visita al barrio rival. Tiene calidad, pero sobre todo tiene cantidad. Cantidad de kilómetros recorridos, cantidad de saltos contra los rivales, cantidad de peleas contra el mundo, cantidad de cabezazos. Precisamente de uno de ellos nació el gol: un centro, un remate hacia atrás, un rebote en un brazo, un viento racheado, una estatua en la portería y tres puntos a la butxaca. Los que vieron el tanto como si de una obra de arte se tratara son creyentes, adeptos a la religión más exigente, devotos de la fe absoluta. Los otros, contados y escépticos, vieron un churro, de igual valor, pero menos rimbombante. En cualquier caso, la victoria mallorquinista es indiscutible y reafirma la creencia en la doctrina cuperiana, que tanto aburría a un servidor y tantas horas de gloria dio a la parroquia rojilla. Aguirre es, sin duda, uno de sus apóstoles predilectos.