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Todas las miradas estaban puestas en Pamplona y Vitoria porque el Real Mallorca y, sobre todo el Cádiz, eran los dos equipos que tenían más posibilidades de descender a Segunda. Sin embargo, al final fue el Granada de Aitor Karanka el que descendió de categoría al no poder pasar del empate en casa frente a un Espanyol que no se jugaba nada. El conjunto nazarí parecía que lo tenía todo a favor cuando el colegiado Hernández Hernández pitó un penalti a instancias del VAR, pero Jorge Molina, héroe hace unas semanas en Son Moix, donde el Granada vapuleó al Mallorca por 2-6, se convirtió en el involuntario verdugo de su equipo.

Karanka calificó de «injusto» el descenso de su equipo y tuvo palabras de agradecimiento para los jugadores, la afición y el club en el mes que ha dirigido al equipo andaluz. «El otro día contra el Betis en el minuto 92 estábamos libres y hoy en casa también se ha notado esa presión. Se te pone todo en contra con las lesiones, tienes un penalti para ganar y no puede ser», dijo el técnico vasco visiblemente afectado y que no quiso desvelar su futuro. «No se pueden tomar decisiones en caliente», dijo.

Hace dos semanas, el Mallorca enterraba la cabeza después de sufrir una de las mayores humillaciones en toda su historia. El Granada abandonaba Son Moix con un marcador histórico (2-6) y la permanencia casi en el zurrón. Quince días después, el grupo balear alza los brazos después de ganar en Pamplona a Osasuna y    conseguir la permanencia en Primera División, mientras que los de Karanka lloran su desgracia con un descenso en el que nadie (o casi) pensaba después de ser incapaces de ganar al Espanyol con un penalti desperdiciado por Jorge Molina, otro de los que salió a hombros de Son Moix... Así es este deporte. Tan imprevisible como cruel. Todas las papeletas apuntaban a Mallorca o Cádiz, o Cádiz o Mallorca... y el que se marchó por el desagüe de la categoría fue el Granada, que solo baja en 3 de los 27 supuestos.

Después de un primer tiempo en el que jugó con fuego -Budimir dispuso de buenas ocasiones- y a la espera de que un gol del Cádiz le desabrochara el corsé de la prudencia -excesiva- con el que pisó El Sadar, el Mallorca se encontró en la primera acción del segundo acto con un gol de oro. Una diagonal de Maffeo y una pared de lujo entre Ángel y Muriqi -un porcentaje notable de la salvación lleva la firma del kosovar- fue rentabilizada por el canario para abrir las primeras grietas de la tarde y agitar la jornada.

Ese gol reafirmó el guión entregado por Javier Aguirre. El Mallorca estaba salvado, mientras que Cádiz y Granada seguían sin encontrar la luz. Pasada la hora de juego, todo se volvió a alterar. En el 72 Jorge Molina enviaba al limbo un penalti y en el 77, Lozano adelantaba a los gaditanos en Mendizorroza para trasladar todo el miedo a Los Cármenes... y a El Sadar. Porque un gol de Osasuna, que no bajaba los brazos aunque ya había reducido alguna marcha, condenaba a los mallorquinistas. La hinchada bermellona desplazada a Pamplona era consciente del peligro. De que estaban a un gol de su rival para despeñarse por el acantilado y bajar a Segunda. Pero la inquietud no duró demasiado. Apenas cinco minutos. Un buen centro de Dani Rodríguez, un testarazo de Abdón Prats, un despeje de Herrera y el remate del francés Grenier -que llegó a la Isla fuera de forma y sin equipo- para provocar el júbilo en las gradas y en la Isla. 0-2 y diez minutos por delante para saborear el éxito y descargar toda la adrenalina acumulada después de nueve meses caminando por el alambre de la categoría.

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El Mallorca ha cumplido con el objetivo para detener la montaña rusa en la que se había con vertido su trayectoria en el último lustro. Desde aquella caída a los infiernos de la Segunda División B en el verano de 2017 no había repetido temporada en la misma categoría. Segunda B (17-18), Segunda (18-19), Primera (19-20), Segunda (20-21), Primera (21-22) y permanencia. Es el momento de encontrar la estabilidad perdida. La paz institucional no se ha correspondido con la continuidad. Más bien todo lo contrario. Desde que la Administración Sarver asumió el poder, el equipo ha ido bajando y subiendo peldaños con una facilidad extraordinaria. Y debe ser el momento de detener esa curva. Con las obras del estadio del nuevo Son Moix ya iniciadas, la cúpula debe trabajar para sostener al club entre la nobleza.

El Sadar supuso el final de varios futbolistas que representan toda una etapa. Manolo Reina y Salva Sevilla -no lo ha confirmado pero se da por hecho- llegaron a la Isla para aportar su experiencia en la Segunda División B y un lustro después abandonaron el club por la puerta grande, después de vivir varios ascensos y de defender la camiseta en la élite. Reina ha podido quitarse la espina después de estar casi media temporada en la celda de castigo. Sus actuaciones en el Pizjuán y frente al Rayo Vallecano se antojan determinantes para la salvación. También Salva Sevilla ha demostrado su experiencia en los momentos clave. A sus 38 años se marcha del Mallorca como el máximo realizador (5 goles) empatado con Vedat Muriqi, fichado en invierno y que merece un capítulo aparte.

El kosovar, cedido por la Lazio, contagió su espíritu competitivo desde su estreno para meterse a la hinchada, al vestuario y a los técnicos en el bolsillo. Al margen de sus números (5 goles y 3 asistencias) su ascendencia en el equipo va más allá de las estadísticas. La dirección deportiva, que ha dilapidado 6,5 millones de euros en Amath Ndiaye -inédito en el presente campeonato- y Matthew Hoppe, debería hacer todo lo posible por intentar retener al internacional kosovar, que bien merece un busto a la entrada de Son Moix...

Pablo Ortells (si es que sigue...) tiene trabajo por delante. Mucho. El club lleva años viviendo del núcleo duro que sostuvo al equipo en Segunda B y Segunda y debe hacer una limpieza general para afrontar la próxima campaña entre los grandes con ciertas garantías de éxito. Debe firmar a futbolistas experimentados y asentados en la nobleza y dejarse de fichajes exóticos de cara a la galería.

La continuidad de Javier Aguirre, una opción que se había estipulado en su contrato, es un primer paso. Pero el mexicano exigirá refuerzos. Y refuerzos de primer nivel. A Luis García Plaza le firmaron (o impusieron) jugadores que ni él mismo conocía y el resultado ha sido una permanencia agónica amarrada en el último suspiro. Hace dos semanas, este equipo estaba muerto y con pie y medio en Segunda. Resucitó ante el Rayo -ese día un gol del Cádiz le hundía en el pozo- y ayer hizo los deberes. Pero jugar con fuego conlleva sus riesgos...