Baba conduce el esférico ante Enes Unal. | M. À. Cañellas

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No hay manera. El Mallorca se está acostumbrando a la indolencia y se le ha olvidado la ambición, verticalidad, orden o pegada que en el amanecer del campeonato le habían elevado a los altares. De aquel equipo que encadenó elogios y parabienes apenas quedan las migajas. Ahora, las huestes de Luis García Plaza se han transformado en un grupo escasamente convencido de sus virtudes, extremadamente prudente y extrañamente temeroso.

No juega el bloque bermellón con la soltura ni las ganas de antes. Podía ganar o perder, pero daba gusto verle sobre un terreno de juego. La hinchada, los poco más de 8.000 que desafiaron a la enésima DANA del otoño, se marchó empapada hasta los huesos de Son Moix y con la sensación de haber perdido dos horas de su vida. Incapaz de encontrar algún resquicio en el muro del Getafe, el equipo balear se contagió de la molicie del rival para acabar pactando unas tablas que prolongan la mala racha (siete jornadas sin ganar y un triunfo desde agosto) y que no sirven para apagar las alarmas. Más bien todo lo contrario.

El Mallorca muestra evidentes síntomas de debilidad jornada tras jornada. Da igual el escenario y el rival. Resetear el proyecto y airear el vestuario con algunos refuerzos de calidad se antojan como maniobras fundamentales una vez que se abra el mercado de invierno. Aunque convendría ganar algún partido antes...