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Más allá de leyendas urbanas y de fiestas por pagar a la salud de sus internacionales, el Mallorca tiene un problema a las puertas del vestuario y muchas más piedras que puntos en esa mochila que utiliza cada vez que se va de viaje. La historia, con una trama bañada por el suspense y un desenlace dramático, se repite más o menos cada quince días. O lo que es lo mismo, en cada uno de los desplazamientos. Una tendencia imposible de soportar a la larga que el equipo no logra abortar por mucho que lo intenta. En Orriols fueron los palos y los reflejos de Aitor Fernández, igual que en otros escenarios lo fueron los penaltis en contra, las lesiones tempraneras o, simplemente, los fallos de marcaje. El caso es que la herida no cierra. Y eso, en un equipo tan justo y que va tan al límite como el Mallorca, es una pésima señal.

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Aunque seguramente el Mallorca no mereció salir a cero de Orriols, tampoco está de más recordar que la tendencia no es nueva. Tampoco tendría que ser un factor definitivo -ya lo recordó Moreno el jueves repasando los éxitos de las dos últimas temporadas-, pero hasta ahora era un mal subsanable al calor de la chimenea de Son Moix y siempre a costa de una serie de rivales mucho más accesibles que los que se le cruzan por el camino estos días. A su vez, la mala fortuna del viernes tampoco debería tapar las carencias de un grupo que, de una forma u otra, necesita refuerzos y cirugía.