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Hay mentes privilegiadas que se quedan en el camino. Deportistas extraordinarios que se bloquean cuando llega el momento de la verdad. Que no se atreven a lanzar un penalti, a jugarse un triple en el último segundo o una dejada milimétrica o a poner la moto a 300 por hora para adelantar al rival de turno y cruzar antes que nadie la bandera a cuadros... La presión, ese enemigo invisible del deportista de elite, y cómo afrontarla supone muchas veces la diferencia entre el éxito y el fracaso.

El mallorquín Enric Mas, al que Alberto Contador designó como su sucesor hace unos años, está sufriendo ese mal de altura en un Tour de Francia que afrontó con el objetivo de pisar el podio el próximo domingo en París. La realidad, sin embargo, es otra. El ciclista de Artà, en un acto de sinceridad que le honra, ha reconocido tener miedo a las bajadas por las últimas caídas que le han enviado al asfalto. Esa fobia provoca que las piernas no respondan y un bloqueo mental imposible de controlar.

Objetivo de la crítica diaria por no estar a la altura de unos objetivos que (quizás) están por encima de sus condiciones físicas y mentales, la pregunta es si la culpa de unos resultados muy por debajo de las previsiones no será culpa del envoltorio. De ese famoso entorno que quiere acelerar antes de tiempo. Recientemente, Paula Badosa también dejó una frase para la reflexión. «No soy Rafael Nadal ni lo voy a ser. En España nos hemos malacostumbrado un poco por haber tenido tan buenos jugadores...». Quizás todos deberíamos reflexionar un poco sobre la presión y las expectativas...