Mateu Cañellas muestra la medalla de oro lograda en el Europeo de atletismo en pista cubierta de 1996, en Estocolomo. | Pere Bota

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Sin duda, aquel 10 de marzo de 1996 fue uno de los días de mayor gloria para el atletismo español. Pero para el balear sí que ha quedado para los anales como la tarde en la que un inquer tocó el cielo en Estocolmo y participó, hace un cuarto de siglo, de un domingo de oro. En el que Mateu Cañellas Martorell (Inca, 1972) se colgó en la final de los 1.500 metros del Campeonato de Europa de pista cubierta, celebrado en Estocolmo.

El suyo fue uno de los cuatro que atesoró España en unos minutos de locura. Roberto Parra (800 metros), Anacleto Jiménez (3.000) y Sandra Myers (200) completaron con Mateu Cañellas (1.500) el baño de oro español en Estocolmo, que disparó la euforia a poco más de un año para los Juegos Olímpicos de Atlanta y dio a Balears el mayor éxito a escala continental alcanzado por alguno de sus deportistas.

Años después, en 2016, David Bustos, en la misma distancia pero al aire libre, fue plata en el Europeo de Amsterdam. Semanas antes de lograr un diploma olímpico en Río. Pero quien marcó el camino fue Cañellas, un inquer al que su pasión por el atletismo le lleva a ser en el presente Director de Desarrollo y Tecnificación de la Federación Española (RFEA), además de coordinador técnico de Turisme i Esports del Ajuntament d’Inca.

mateu cañellasFOTO:PERE BOTA

En la pista del polideportivo al que da nombre, Mateu Cañellas repasa con Ultima Hora aquella gesta, veinticinco años después del oro de Estocolmo, culminación del subcampeonato mundial logrado un año antes en Barcelona, apretando al mismísimo El Guerrouj, y de aquel título continental júnior de Tesalónica de hace tres décadas (1991).

«El 1.500 es una prueba icónica», advierte de inicio el exatleta y ahora reputado técnico, artífice de una metodología que ha desgranado la evolución de los deportistas en edad de formación y permite poder gestionar mejor su progresión. «Pero ser campeón de Europa tiene importancia para inspirar a los niños. En momentos como los de pandemia, te das cuenta de los valores que muestra un deportista, ese espíritu de superación...», refiere quien fuera hace un cuarto de siglo el rey europeo del 1.500 en pista cubierta.

Espera que aquel éxito pueda inspirar a niños y niñas, como él, salidos de Inca o cualquier lugar «para conseguir su sueño. Mi medalla debe revertir en la sociedad por los valores que refleja y el trabajo que lleva tras ella. Lo que yo logré en su día demuestra que, con esfuerzo e ilusión, puedes llegar a lo que te propongas y por lo que te esfuerces», prosigue Cañellas, volcado en la labor con la base.

De aquella tarde del 10 de marzo de 1996, recuerda las buenas sensaciones que tenía, la seguridad en sí mismo que destilaba. «No estaba nada preocupado, la verdad», confiesa. Aquel año fue campeón de España (3:45.99) y un año antes, plata en el Mundial de Barcelona en un momento en el que Fermín Cacho lideraba una generación «potente, con Viciosa, Reyes Estévez...».

«Estaba tan confiado, que preparé dos mochilas, y una con el chándal de podio la dejé en la zona de premiación... Tenía la sensación de que podía ganar medalla», admite. Y en la pista, sintió «que la gente se movía en función de lo que yo hacía. Era el subcampeón del mundo... Todos esperaban que me moviera, pero el inglés (Whiteman) era favorito». Y sobre la táctica en carrera, recuerda que «íbamos a un gran ritmo y en contrarrecta pensé en acelerar en la curva; te abres, pero al entrar en la recta, llevas velocidad y en 50 metros le podía pasar. Jamás pensé en poder ejecutar todo en tan pocos segundos, pero la estrategia funcionó. Y, cuando le adelanté, se hundió. Fue una decisión inteligente a 180 pulsaciones», explica. Y remarca que, esa victoria (3:44.50), «ese momento, era el 1 % de mi carrera. El 99 % restante fue el camino para llegar».

Optó por no hacer ruido y se alejó de los reconocimientos a su vuelta a Mallorca, centrado en preparar Atlanta 96. «Hay decisiones técnicas, cuestionables o no. Al final, no fui, esa es otra historia... Pero yo era un niño de Inca, de una familia sin tradición atlética ni deportiva, con un entorno en el que parecías un ‘bicho raro’, que no se iba de marcha... Pero llegué a ser campeón de Europa, con inspiración y sacrificio. Y con eso me quedo y quiero que sea lo que se puede transmitir de ese oro», sentencia.