El ciclista lituano Navardauskas se ha hecho con el triunfo en la decimonovena etapa. | NICOLAS BOUVY

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El lituano Ramunas Navardauskas (Garmin) puso a su país en el palmarés del Tour de Francia con un triunfo en solitario en la decimonovena etapa, jornada de transición previa a la decisiva cronometrada que designará a los que acompañen en el podio de París al italiano Vincenzo Nibali.

Navardauskas apareció en medio del diluvio para salvar al Garmin, que aún no había firmado ninguna victoria. Un ataque a 12 kilómetros de meta le permitió abrir un puñado de segundos. Esa pequeña renta aderezada con la suerte de una montonera que atrapó a medio pelotón fue suficiente para conocer la gloria.

El lituano miró atrás en la recta de meta. A lo lejos asomaban un pequeño grupo que esquivó el accidente, que al producirse a 3 kilómetros de la llegada no tuvo coste de tiempo para nadie. Le siguieron el alemán Degenkolb y el noruego Kristoff.

Atrás quedó «Poulidor» Sagan. El esloveno rodó por el asfalto con su maillot verde. Tiene la negra el «Bicho», condenado a 4 segundos puestos. Y ahora además se cae. También se vieron afectados Beñat Intxausti, Bardet o Frank Schleck. Todos ellos solo «chapa y pintura».

Peligrosa llegada a Bergerac, la ciudad del vino, donde hay 12 denominaciones de origen, conocida por Cyrano, el escritor que inspira la obra de Edmond Rostand, donde también dejaron su sello campeones como Anquetil y Miguel Indurain, con sendas victorias contrarreloj en 1961 y 1994.

Un día más salvado por Vincenzo Nibali, a un paso de su sueño de ser uno de los 6 corredores de la historia ganadores de Tour, Giro y Vuelta. El Tiburón del Estrecho está a punto de poner su nombre junto a los de Anquetil, Merckx, Gimondi, Hinault y Contador. Solo le separa la contrarreloj de este sábado, en la que saldrá a verlas venir.

Y es que su dominio se traduce en la general. Con más de 7 minutos sobre Pinot, Peraud y Valverde la cronometrada de 54 kilómetros entre Bergerac y Perigueux la podrá afrontar como un paseo militar. Otra cosa será para los dos franceses y el español, que se jugarán las dos plazas para la foto de París, a ambos lados del campeón.

El reloj estaba en la mente de todos. La transición de 208 kilómetros entre Maubourguet y Bergerac, de 208,5, era día para el regreso de los velocistas después de sufrir el calvario de los Pirineos, en esos días de supervivencia, de evitar el fuera de control e incluso enfrentarse a expulsiones, como le pasó al español José Joaquín Rojas, quien, precisamente, vio la «roja» por supuesto remolque con el coche equipo.

Una escapada era lo más conveniente para todos, siempre y cuando estuviera controlada. Esta vez se animaron Gerard (Bretagne), Elmiger (IAM), Slagter (Garmin), Gautier (Europcar) y Taaramae (Cofidis). En el caso de Elmiger un escapista total, pues acumula en fuga más de 700 kilómetros. Directo al título de supercombativo del 101 Tour de Francia.

Pero como no era día para escapadas, los aventureros fueron cazados a 13 kilómetros de meta, coincidiendo con la Cota de Monzabillac, una tachuela de cuarta como única dificultad del día. Ahí claudicó el último superviviente, Slagter, pero no todo fueron penas para él, pues su compañero Navardauskas le tomó el relevo.

Un lituano en cabeza. Algo pintoresco, pues nunca había ganado un corredor de esta nacionalidad. El corredor de 26 años, que ya tenia una etapa en el Giro 2013 y había vestido de rosa dos días en 2012, lanzó la moneda y salió de cara. La suerte hay que buscarla, y la encontró con la montonera que evitó un esprínt masivo.

También la encontró antes de comenzar el Tour, pues no estaba en los planes del Garmin para la carrera francesa. Fue llamado a última hora para sustituir al británico David Millar. Un cambio mágico, pues e ganador del Circuito de la Sarthe, salvó al Garmin, que vino a por la general con Talansky, uno de los ilustres retirados.

Reloj en hora. Los 54 kilómetros contrarreloj tendrán el aliciente de conocer a los actores secundarios del Tour. La estrella italiana vive tranquilo. Así es él. En la carretera muerde cuán escualo hambriento, fuera de ella, entra en otra dimensión. Ni se inmuta. La hora de ser tres veces grande