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Ricardo Molinelli|KATOWICE
La selección española de baloncesto consiguió, en el campeonato de Europa, una medalla de oro acuñada en el esfuerzo, sacrificio y solidaridad de un grupo de jugadores y amigos que han conseguido entrar en la historia deportiva de España, Europa y el mundo.

El devenir del equipo nacional en el Europeo de Polonia parece un guión de película con final feliz, pero hubo momentos realmente preocupantes por las lesiones y por los resultados, que a punto estuvieron de estropearlo todo.

España era, ante de iniciarse el torneo continental, la unánime favorita. Los campeones del mundo y subcampeones olímpicos habían perdido la final del anterior Europeo en Madrid ante Rusia y había un sentimiento generalizado de que el campeonato debía a los españoles un puesto en lo más alto del podio.

A fuerza de repetir estos considerandos hasta la propia selección se metió en esta nube de halagos y pensó que, quizá, todo fuese más fácil esta vez.
Sin embargo, las lesiones, la falta entrenamientos y de puesta a punto del engranaje colectivo pasaron factura. Se perdió el partido inaugural con Serbia, lo que sumado a la derrota en el último amistoso en Vilna, contra Lituania, hizo que se encendieran las alarmas.

Pau Gasol no había jugado ningún partido y sólo se había entrenado en un par de ocasiones con el equipo antes del debut y Rudy Fernández también se lesionó. Juan Carlos Navarro tuvo que hacer un tremendo esfuerzo para jugar aquejado de dolores en la espalda.

Con este panorama, el equipo nacional apenas tenía armas que oponer a los rivales. Contra Gran Bretaña se ganó, pero también se pasaron apuros y las críticas al mal juego y a los pobres resultados comenzaron a sonar en los oídos de los jugadores.

Con Eslovenia llegaron los primeros atisbos de reacción, aunque hubo que recurrir a una prórroga. Ya en la segunda fase, en Lodz, Turquía, un rival de nivel, llegó demasiado pronto para la progresión de la selección. La nueva derrota encendió las luces de alarma.

Había que ganar a Lituania, verdugo hacía escasos días, y a Polonia, el anfitrión, con los problemas que eso siempre conlleva.
La selección al tiempo que iba restañando heridas iba trabajando con sobredosis de esfuerzo, sacrificio y solidaridad. Pau y Navarro son los buques insignia de un equipo en el que todos saben que hay que trabajar como nadie para que luego los elegidos puedan rentabilizar su calidad técnica.

Cayó Lituania y cayó Polonia. España ya estaba en cuartos de final. Se había salvado el 'match-ball' del campeonato, pero ahora había que ganarlo. Para ese momento, el equipo ya había dado síntomas de recuperación física. Y mientras mejoraban las pequeñas lesiones, el equipo se había hecho más fuerte y su conjunción había mejorado.

Francia fue el rival en cuartos de final. Una de las grandes sorpresas porque se presentó invicto. España venció y convenció. Enseñó su defensa asfixiante, su presión total, su contragolpe letal y su ataque estático con fuerza interior y lanzamiento medio y lejano.

La selección ya estaba en velocidad de crucero y en semifinales y final, venció con superioridad, sin pasar el más mínimo apuro.
Pau es la punta de iceberg, pero detrás hay un grupo de jugadores y amigos que son capaces de trabajar como el más para que otros luzcan y anoten, para que todos puedan ganar.

Europa debía una medalla de oro a una selección española que la acuñó a base de esfuerzo, sacrificio y solidaridad. Como siempre hicieron los grandes.