Vicenç Grande y Mateu Alemany estrechan sus manos poco después de sellar la venta del Real Mallorca. Foto: MONSERRAT

TW
0

Vicenç Grande escogió el peor epílogo posible para finiquitar su etapa en el Real Mallorca. En una céntrica calle de Ciutat, rodeado de micrófonos y turistas, se escenificó el final del Grandismo, una etapa de casi un lustro en la presidencia de la entidad que quedó reducida a cenizas en tres minutos cargados de reproches y amenazas.

 

Instantes después de despojarse de todas sus acciones, de sellar la venta del 93'24% de los títulos que poseía a Mateu Alemany a cambio de 1'5 millones de euros -que irán destinados a la masa del concurso de acreedores- el ex propietario se lió la manta a la cabeza para denunciar un «linchamiento público»; llamar «mentiroso compulsivo» al vicepresidente José Miguel García; avisar con hablar «más adelante» de otros consejeros y arremeter contra los periodistas por «la presión que habéis ejercido».

 

La puesta en escena del traspaso de poderes resultó como se preveía. Grande, en contra de algunas opiniones, se presentó en la Notaría Herrán-Delgado cuatro minutos más tarde de las 12.00 del mediodía, la hora señalada. Escoltado por su hijo Víctor y sus aliados Joaquín García y Biel Caimari, con algunos kilos de menos y algunas canas de más, el promotor subió al despacho para reunirse con Mateu Alemany y su equipo (Joan Buades y Guillem Coll).

 

Como testigos acudieron los tres administradores concursales, Salvador Fornés, Jorge Sainz de Baranda y Raimundo Zaforteza, que dieron el visto bueno a la operación, así como Joan Font, abogado del promotor. Tras el acuerdo, Alemany y Grande se dieron un apretón de manos para la galería -apenas se cruzaron la mirada- y, minutos más tarde, el ex propietario, que había permanecido en silencio desde que abandonó la presidencia el pasado 19 de diciembre, ofreció su show de despedida en su agrio reencuentro con la prensa.

 

En la misma puerta de la Notaría, en plena calle y con los turistas contemplando la escena, Grande desenterró el hacha de guerra. En primer lugar, el ex propietario elevó hasta los «17.447.000 euros» la cantidad invertida en el Real Mallorca y se sintió maltratado: «Siento que me han confiscado y me han expropiado, por no emplear palabras más duras. He hecho lo mejor para el Mallorca, que se ha quedado en Primera División y lo mejor para los intereses del concurso de acreedores. La presión de ustedes, de casi todos los medios, contra el Mallorca no se podía aguantar. Lo que era negro el día antes de irme, al día siguiente era gris. Eso ha sido positivo para la entidad», señaló antes de resaltar la calidad de la plantilla:

«Los jugadores eran los mismos y se ha demostrado que la plantilla no era tan mala. De momento con los traspasos de Jonás, Moyà, Arango y Víctor Casadesús (no está vendido) el club habrá ingresado unos 14 millones, que no está mal. De hecho, creo que es el segundo año que se ha vendido más en la historia del Mallorca».

 

Grande, que alabó la gestión de Mateu Alemany porque «ha sido y será» un buen presidente del Mallorca, tildó sus últimos meses como un castigo: «Ya se pueden imaginar cómo me he sentido. Ha sido un linchamiento público, soy el dimoni cucarell, el culpable de la muerte de Manolete, tengo la culpa de todo... Pero ya llegará mi momento. Ahora estoy a la expectativa. Soy un espectador. Ya llegará el momento de explicar las cosas. De hablar sobre muchas mentiras que se han dicho o escrito y que he callado por el bien del Mallorca y de mi concurso. Algunas cosas se aclararán si yo considero que se tienen que aclarar». Fue la última perla de Vicenç Grande cuatro años después de acceder a la poltrona de la entidad, cuatro años después de recoger el testigo en la presidencia de manos de... Mateu Alemany. La historia se da la vuelta.