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De Badalona a Portland hay miles de kilómetros e incontables diferencias entre dos estilos de vida radicalmente opuestos. De la Penya a los Blazers, la cosa cambia. Y eso lo ha notado un Rudy Fernández que pese a su rango de 'rookie', pasea galones de estrella por el Rose Garden. El mallorquín no es uno más dentro de la expedición. Sus credenciales y su recital ante Estados Unidos en la final olímpica aún están en la retina de sus compañeros de vestuario, en el que los Roy o Aldridge le tratan «como a uno más», y de una afición que le ha recibido con honores de jugador franquicia. Rudy ya ha cumplido su sueño de debutar en la NBA, con lo que lleva consigo.

Hasta la capital de Oregón, por el momento, sólo han viajado con él su madre, Maite, su representante (Gerard Darnés) y su jefe de prensa personal (Jordi Vila). En breve lo hará su novia, y por Navidad, la familia Fernández se reunirá en Portland, aprovechando los tres partidos que le aguardan en plenas fiestas (jugará incluso el 25 de diciembre) y tomará el Rose Garden. Con cuentagotas, los amigos aparecerán por el noroeste de Estados Unidos, y por primavera, un grupo de mallorquines, de los amigos de toda la vida, harán acto de presencia para ver en directo el final del curso regular.

A Rudy le ha cambiado la vida. Sigue firmando autógrafos, dedicando camisetas y haciéndose fotos con los aficionados. Tal vez más que nunca. Pero también ha variado la concepción del baloncesto. «Todo es un muy diferente, no se trabajan tanto los sistemas como lo hacíamos, por ejemplo, con Aíto», explicaba el balear, que destaca «el buen ambiente» y lo bien que ha sido acogido por sus compañeros. «Sergio (Rodríguez) me ha ayudado mucho, en especial con el idioma y a la hora de entender mejor el estilo de vida y cómo se trabaja aquí», apuntaba el campeón del mundo.