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Miquel Alzamora La Liga española es Madrid, Barça y el resto. Casi siempre ha sido así en esta época moderna. Salvo incursiones como las del Súper Dépor o la del propio Valencia, esta competición tiene el corte en la tabla excesivamente desproporcionado, es decir, hay poca calidad y excesiva mediocridad. Entiéndase por mediocridad el vagón de equipos que prácticamente desde la décima posición, son la punta de un iceberg que finaliza en el Levante.

El Mallorca ayer salió con más valor que en anteriores partidos, al menos compareció enchufado desde el primer minuto y con ganas de gustar y de gustarse. Ibagaza marcaba el ritmo y por momentos se presagiaba una victoria local incontestable. Pero como se encarga de repetir una y otra vez Manzano, «somos el Mallorca» y lo ha dicho tantas veces que hasta el vestuario se lo ha terminado por creer. Pero cuando enfrente tienes a un equipo que puede recitar un discurso similar, por ejemplo Chaparro al que también se le ha escuchado eso de que «somos el Betis», entonces se juntan dos equipos con más o menos potencial, pero con objetivos no excesivamente ambiciosos.

El equipo en ocasiones no sabe bien a qué atenerse. Los cambios constantes de jugadores de banda está claro que perjudican más que ayudan y la no consolidación de un once titular y de un sistema más o menos fijo tampoco. Si el balón no entra y es necesario argumentar el fútbol, hacerlo entendible para el equipo, práctico y resultadista, es imprescindible dotar de un patrón lo más definido posible. Un equipo con tantos altos y bajos, con una autoestima tan sensible, necesita de un criterio definido. Han pasado 25 jornadas y este criterio está por llegar. Tal vez en una inercia diferente, con el grupo más sereno, menos estresado tácticamente y con más acierto que desacierto, uno se puede permitir el lujo de retocar buscando siempre la mayor de las perfecciones. Pero ahora el equipo necesita serenidad táctica y sobre todo futbolística. Lo que le ocurre al Mallorca no es grave, los desajustes futbolísticos son solucionables en una plantilla a la que se le supone calidad, pero sería interesante encontrar una vía de escape que permitiera ganar algún que otro partido y, sobre todo, enchufar otra vez a la afición. A Cúper se le pedía una y otra vez en su primera etapa en el Mallorca, pese a que su equipo ganaba, que jugara bien. «¿Qué es jugar bien?», le preguntó al entrenador un intrépido reportero micrófono en mano. No se trata de salir al campo y empezar a taconear, ni a dar caños, ni nada por el estilo. Sencillamente es orquestar una propuesta que sea capaz de unir practicidad, algo de fútbol y resultados. Pero practicidad es algo más que el patadón de Moyà buscando la cabeza de Arango, el fútbol de equipo es también alguna cosa más que ver a Ibagaza extenuarse sobre el césped y los resultados sólo pueden llegar si el equilibrio en el juego existe. No hay excusa porque este equipo ha demostrado que sabe jugar al fútbol con más criterio que lo visto estos últimos partidos, que sabe hacerlo durante noventa minutos y que sabe ganar. Lo de ahora es un expediente X.