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Eric Salliot|PARIS
Rafael Nadal llegará a Roland Garros con la agradable perspectiva de poder imponerse por tercera vez consecutiva; una gesta que sólo Bjorn Borg ha conseguido en la historia del torneo. Muchos otros han fracasado en el intento. Cuando empiece a competir en Roland Garros, Rafael Nadal se encontrará en la piel de varios campeones que no pudieron satisfacer su sueño del triplete consecutivo. Y estamos hablando de un señor triplete: de 21 victorias seguidas. La prueba innegable de que el poder sobre tierra batida desgasta es que sólo Borg, en toda la historia del torneo, lo ha conseguido. Es cierto que el mallorquín posee la enorme ventaja de sentirse inmortal sobre esta superficie. Tras lograr imponerse por tercera vez seguida en Montecarlo, Barcelona y Roma, y lograr la cifra de 81 victorias consecutivas sobre polvo de ladrillo. Igor Andreev era hasta que lo conguió el pasado domingo Roger Federer, el último en haberle abatido, el 8 de abril de 2005, en Valencia. Un motivo suficiente para que el ruso pase casi por un dios en los vestuarios.

Sin embargo, Nadal no es de los que se miran el ombligo. Para poner todas las probabilidades de su parte, el mallorquín sigue tratando de pulir todas las imperfecciones que nota en su juego. «En Montecarlo he intentado jugar más adelantado y ser más agresivo», explicó con modestia. Tal vez, a fin de evitar los partidos maratonianos, que podrían jugarle una mala pasada en la recta final. Por ejemplo, como las 4 horas y 53 minutos que pasó sobre la pista central en su choque de tercera ronda de 2006, contra el bravo Paul-Henri Mathieu (en apenas cuatro sets); algo que no impidió al «huracán de Manacor» llegar hasta el final. En cualquier caso, el historial de intentos de triplete fallidos demuestra que la gesta a la que aspira Nadal es muy complicada. En primer lugar, veamos el caso de Jim Courier. El pelirrojo estadounidense, doble campeón en 1991 y 1992, alcanzó la final en 1993 sin que nadie le pusiera contra las cuerdas. Por entonces, parecía intocable. Pero el séptimo partido fue el que le faltó. Ante la sorpresa general, cayó víctima de un catalán de 22 años con hambre de gloria, Sergi Bruguera, que fue el más fuerte al llegar el quinto set (6-4, 2-6, 6-2, 3-6 y 6-3).

Bruguera también se adjudicaría la edición siguiente, de modo que, a su vez, en 1995 podía aspirar al triplete. Aquel año, el español llegó a la Porte d'Auteuil sin ningún título sobre arcilla. El italiano Andrea Gaudenzi (en Montecarlo), el croata Goran Ivanisevic (en Hamburgo) y el austriaco Thomas Muster (en la final de Roma) le habían chafado sus planes. En París, fue un cuarto en discordia, el estadounidense Michael Chang, quien arruinó sus esperanzas en semifinales, en tres mangas (6-4, 7-6 y 7-6). Así pues, otro intento fallido.