Jorge Lorenzo, con sus dos puños en alto, festeja la consecución del título mundial ayer en Cheste. Foto: M.A.C.

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Fernando Fernández (Valencia)
Tenía que ser un gran día. Brillaba el sol en Cheste, 129.446 personas eran testigos directos de un Gran Premio de la Comunitat Valenciana que pasaría a los anales del motociclismo y Jorge Lorenzo llegaba dispuesto a inscribir su nombre en la historia. Trece puntos y un Andrea Dovizioso correoso hasta los extremos eran los dos grandes obstáculos que debía sortear el piloto del Fortuna Lotus, que hizo valer la potencia su Aprilia en una fase de la carrera para deshacerse del transalpino y sentenciar un título que era suyo desde Jerez.

Arropado por todo su equipo, por las primeras autoridades de Balears y por su amigo Samuel Etoo, testigo junto a Jaume Matas desde el muro de su gesta, no podía fallar nada. Todos apostaban al rojo. Apostaban a un 48 que ya es el número 1, el que tiene el mundo a sus pies. Veintisiete vueltas a un trazado de 4.005 metros y una bandera a cuadros debían poner fin a una temporada inolvidable.

Lorenzo salía desde la segunda posición de la parrilla, sólo superado por la «bala» Aoyama, que le impidió atrapar su undécima «pole» del curso y el récord de Anton Mang. Escoltado por las Aprilia de Locatelli, De Angelis y Barberá y por las órdenes equipo de la factoría de Noale (Giampiero Sacchi siguió desde el muro las evoluciones de la carrera), todo estaba preparado para que el título viajara hacia Mallorca.