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Carlos Moyà ha buscado un terreno propicio para levantar el vuelo. Después de entrar en una línea descendente, el tenista mallorquín decidió romper su relación profesional con Joan Bosch y buscar un revulsivo. El argentino Luis Lobo tomará el relevo del menorquín y para entonces, Moyà confía en haberse alzado con un nuevo título. Porque no es casualidad que la rotura se haya producido en este tramo de la temporada, justo cuando llega el Torneo de Umag.

En Croacia, Carlos Moyà se siente incluso mejor que en Mallorca. Cada vez que juega en Umag regresa con un buen resultado y con la moral por las nubes. Ha ganado el torneo en cuatro ediciones y lo ha elegido como el escenario ideal para que el cambio técnico comience con un éxito.

Con treinta años, a Carlos Moyà le quedan muy pocas cosas por aprender. Técnica y tácticamente ya domina el juego y con casi 30 años, ya no está en edad de ir probando cosas nuevas, sino que debe aplicar los sistemas que ya conoce.

Pero si algo tiene Carlos Moyà es que se trata de un tenista que necesita un objetivo para rendir a su mejor nivel. Durante su carrera, se ha marcado tres grandes retos -ganar un Grand Slam (Roland Garros 1998), ser número uno del mundo (marzo de 1999) y alzarse con la Copa Davis (en 2004)- y los tres los ha conseguido. Sus problemas comienzan precisamente después de levantar la Ensaladera en Sevilla. El mallorquín siente que ya lo ha ganado todo y simplemente aspira a quedar lo más arriba posible. En ese punto, se junta todo. Llegan unas inoportunas lesiones, pierde algunos partidos «sencillos» y los sorteos le dan la espalda. El resultado es que desciende hasta el puesto número 42 del ránking, una posición muy peligrosa ya que puede comenzar a quedarse fuera de los cuadros de los torneos más importantes y evidentemente no puede beneficiarse de la condición de cabeza de serie.