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Sobre el papel decidirán los pequeños detalles. Anda Italia por medio y se augura un partido trabado, táctico y feo. Pero eso es teorizar. La «squadra azzurra» ha desafiado a todo un país y esta noche se cruzará en el camino de la anfitriona. Agarrado a la historia -Alemania nunca le ha ganado en un Mundial (dos empates y dos derrotas)-, el conjunto del impasible Marcello Lippi sabe manejar los tiempos y lleva días tejiendo un minucioso plan para silenciar el Westfalenstadion de Dortmund. Con la referencia de Argentia anotada en el cuaderno de ruta, Italia ha sabido mantenerse totalmente ajena al escándalo de corrupción que estalló días antes de que se iniciara el Mundial y que ha salpicado a cuatro de sus grandes clubes (Juventus, Milán, Lazio y Fiorentina). Fiel a su estigma, el avance italiano ha sido casi impecable. Poco importa quien esté al otro lado. Italia siempre acaba jugando a la italiana. Los que anunciaron la influencia del Milán sobre la azzurra se equivocaron. Es imposible alterar la naturaleza de sus futbolistas, especialmente cuando se enfundan la camiseta de la selección.

Algo similar ocurre en Alemania, otro equipo con un estilo imperecedero. Apenas se perciben los cambios generacionales en la selección germana. Habrá mejores o peores jugadores; más gramos talento o más kilos de músculo, pero Alemaia también es siempre Alemania. Alentada esta vez de cerca por millones de gargantas, es incuestionable que el equipo de Juergen Klinsmann también tiene motivos más que suficientes para colgarse el cartel de favorito.

Tras completar la primera fase de forma notable y deshacerse sin excesivos problemas de Suecia en los octavos de final, fue capaz de echar a Argentina del Mundial ofreciendo un juego claramente inferior. Alemania guiñó a la grada y la albiceleste acabó derrumbándose en los penaltis. Es el as que el anfitrión siempre se guarda en la manga. Por si acaso, también está la mística Westfalenstadion: 13 victorias y 1 empate en catorce partidos.