Los jugadores celebran el gol de la victoria. Foto: MONSERRAT

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Invicto (tres victorias y tres empates), Gregorio Manzano puede jactarse de haber curado a un equipo que desprendía un desagradable olor. Tiene el jienense trabajo por delante, pero es innegable que el triunfo fechado ayer en Son Moix ha ratificado la ascensión de su equipo y también el cambio de guión. Ofreció poco el Cádiz para alterar la nueva forma de vida del Mallorca. De hecho, dio siempre la impresión de que los andaluces iban a recibir un duro correctivo. Malgastó tanta munición el equipo local que el aroma a triunfo holgado acabó esbozando la figura del drama. No fue más que una impresión, pero a la grada le sobraron minutos.

Tiró Manzano de Víctor Casadesús para ocupar la vacante dejada por Pisculichi -la baja del argentino se confirmó pocas horas antes del encuentro- y el canterano respondió con un gol formidable. Colocó Basinas con suavidad el balón en el área y Víctor, que se avanzó al movimiento de De Quintana, cabeceó ajustado al palo (minuto 16). Apenas había sucedido nada hasta entonces sobre el campo, pero el tanto denueve bermellón lo cambió todo. Frio y algo inestable, al Mallorca se sintió muy incómodo durante el primer cuarto de hora. No había manera de entrar en el partido, hasta que Víctor cazó su gol.

El Cádiz acusó el golpe, quizás porque no anda sobrado de argumentos y también porque dos de sus mejores futbolistas -Estoyanoff y Medina- estaban sentados en el banquillo. Así todo es más difícil. Cuando Espárrago recurrió a ellos -en el nacimiento de la segunda parte- ya era demasiado tarde, fundamentalmente, porque el Mallorca se había crecido y había sentado un principio de autoridad. Con el balón en propiedad, el carrusel de llegadas al área de Limia fue una exageración por su falta de proporcionalidad con el marcador final. Pereyra, Arango, Jonás Gutiérrez y el propio Víctor fueron los protagonistas del gran despilfarro.