Lara y Boswell posan para este diario en la plaza Constitució de Sóller. Foto: TERESA AYUGA

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Fue precisamente en Palma, hace más o menos un lustro. Cathy Boswell (Illinois, 1962) y Silvia Lara Ramírez (Badalona, 1975) eran los pilares de un Jovent que daba sus primeros pasos en la Liga Femenina 2. Por entonces, nació una historia de amor que, con el paso del tiempo y pese a la distancia, solidificó. Hoy, el destino ha vuelto a unirlas en Mallorca. Esta vez en Sóller. Y ya no quieren separarse jamás. Por ello, decidieron formalizar su relación contrayendo matrimonio. Comparten pasión por el baloncesto, hogar y vestuario. El caso de Boswell tiene mérito. Con 43 años y después de haberlo hecho todo en el mundo del baloncesto -incluso fue campeona olímpica en Los Angeles 84-, decidió descolgar las botas y volver a las canchas junto a su amada. ¿La meta? Disfrutar de su gran pasión y llevar al Olis al ascenso.

Los orígenes de esta relación vienen de lejos. «Nos conocíamos de enfrentarnos muchas veces, pero en Palma fue donde empezó todo y hasta aquí hemos llegado». Boswell recuerda que «no ha sido nada fácil, no queríamos separarnos para nada y la oportunidad de estar juntos apareció». El pasado 20 de diciembre oficializaron su nuevo estado civil tras tres años como pareja de hecho. «Cuando salió la ley, no lo pensamos ni un momento. La celebración se adelantó al pasado verano, el 2 de julio. Valía la pena tras tanto tiempo», comenta Silvia, quien enseguida planteó la Cathy la idea de instalarse en Sóller. «Fue un golpe de suerte que me ofrecieran incorporarme como preparadora física. Pero siempre tenía en mente la idea de volver. Sabía que no podía estar toda la temporada, aunque el partido homenaje y la despedida de Olesa siguen en pie». Enseguida sale al paso Silvia, quien se muestra preocupada por sus frágiles rodillas. «No quiero que sufra, pero ella estaba convencida y sólo podía animarla a tomar esa decisión», apostillaba, aunque recuerda que «tras estos tres meses, se retirará definitivamente».

El caso de la estadounidense ha sentado precedente en el baloncesto mundial. Es la primera vez que se produce un matrimonio entre dos mujeres, a través del cual una de ella obtiene la condición de jugadora comunitaria o asimilada y aprovecha la circunstancia para hacer lo que más le gusta: jugar a baloncesto.

En Sóller recibieron a Cathy con los brazos abiertos. Pasó de preparadora física a jugadora a toda velocidad y su magisterio ya se deja notar en los entrenamientos. Pasan el día juntas, algo que agradecen. «Hemos estado mucho tiempo separadas por cuestiones profesionales y ahora queremos recuperar parte del tiempo perdido», explica la escolta catalana, cuya mano no se separa de la de Cathy a lo largo de su encuentro con Ultima Hora, que el pasado martes ya daba luz a esta singular historia de amor y deporte con final feliz. Eso reflejan las miradas cómplices de ambas.