Toni Prats levanta los brazos en presencia de David Villa durante el partido disputado ayer en Mestalla. Foto: HEINO KALIS

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Compiten en el mismo torneo, portan los mismos galones, pero demasiadas cosas separan en estos momentos a Valencia y Mallorca. Es esta una Liga de dos velocidades, donde conviven grandes potencias con equipos predestinados a mal vivir. Después de desfilar por Mestalla, la escuadra balear tiene más claro que nunca cual es su sino. El último partido del año acabó siendo un incompleto ejercicio de resistencia, un monólogo valenciano que acabó dejando malherido al equipo de Cúper. Llevaba tiempo el Mallorca sin cerrar un primer tiempo sin mácula alguna en su portería, pero fue algo casual, un apunte sin trascendencia en el balance final. Todo saltó por los aires a los pocos segundos de la reanudación, después de que Albelda rematara con potencia un servicio de Vicente (1-0). Ahí se acabó el partido. Ahí murió el conjunto bermellón, que nunca expuso argumentos para alterar el tiempo del partido. El primer golpe serio de los valencianos fue el preludio de un paseo militar. Una humillación futbolística que rescató viejos fantasmas.

Vivió el Mallorca atrincherado durante todo el primer acto. Cedió el balón a su adversario y se empeñó en cerrar todas las grutas de acceso hacia el área de Prats. Lo consiguió a medias. Aimar y Baraja, por ejemplo, se enredaron una y otra vez en la tela de araña que tejió la escuadra balear en la sala de máquinas. Farinós, Pereyra y el propio Arango poblaron de minas el radio de acción de los futbolistas más creativos del Valencia. Por los flancos, Jonás Gutiérrez y Tuni también apretaron los dientes, entre otras cosas, porque por ahí circulaban Vicente, Miguel o el propio Angulo. Se trataba de echar un cable a David Cortés y al propio Maciel, a quien Cúper ubicó en el lateral izquierdo. El Mallorca ejecutó con rigor su trabajo defensivo. Su despliegue físico resultó enorme, emotivo a ratos, aunque eso implicó que renunciara por completo a mirar la portería rival.

El partido quedó metido desde su crepúsculo en un copioso escenario: el Valencia manejaba el balón, el Mallorca sólo defendía, esperaba. A balón parado, Vicente y Baraja sembraron el pánico, pero no hubo mucho más. Lo intentó Villa, aunque nada insoluble para Prats. Eso si, el encuentro era de una sola dirección. El terreno de juego parecía haberse inclinado. El Mallorca había llegado a Mestalla con la tímida intención de montar algún contragolpe, pero nunca lo consiguió. Jonás intentó alguna carrera por el flanco derecho, pero cuando lograba avanzar unos metros, levantaba la cabeza y el paisaje era desolador. Nadie a quien tirar un centro. De hecho, el bagaje ofensivo del conjunto bermellón durante el primer tiempo fue anecdótico, una broma de mal gusto. Todo empezó y acabó con un disparo lejano de Farinós que apenas inquietó a Cañizares, inédito durante toda la velada.