Los jugadores se abrazan al finalizar el encuentro. Foto: TERESA AYUGA

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Apenas se le pudo ver en los fastos de la permanencia. No van con su personalidad los gestos estridentes y grotescos. Por eso ayer, luego de la salvación, decidió quedarse en un segundo plano. Pero Cúper tiene una amplia cuota de responsabilidad en todo esto, en ese milagro de la permanencia al que apeló semanas atrás. Cuando lo vio todo perdido se arremangó y buscó soluciones, desde una entrevista con el presidente hasta la modificación de hábitos, como echar mano del equipo filial. Un buen puñado de jornadas más tarde, el Mallorca se ha concedido una alegría con la que no contaba.

El consejo ya hacía números, el agente de Cúper echaba cuentas para rebajar el salario del técnico y los jugadores se apresuraban a afirmar que estarían dispuestos a jugar en Segunda, no fuera cosa que el proyecto les dejara atrás. Curiosamente, desde entonces, el Mallorca experimentó una metamorfósis que nadie se explica. Nadie. El equipo mejoró sus prestaciones, Cúper dio con la fórmula (empezó a repetir onces) y la dinámica cambió desde esa derrota ante el Zaragoza. Hasta ahora, cuando un empate rácano le ha bastado al Mallorca para sostenerse otra temporada en Primera.

Lo ha hecho después de una campaña lamentable, casi insultante, pero acicalada en el tramo final. Ahí ha crecido Farinós, imponente en el centro del campo; y Arango, que acentuó su buen primer año en el fútbol español después de la lesión; o Víctor, que ha tenido que madurar de forma acelerada; y Okubo, que se ha granjeado un excelente futuro en el último acelerón. Y eso la ha servido al Mallorca para esquivar el infierno, ese que ya le estaba calentando las nalgas.