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En la carretera de La Coruña, a unos 35 kilómetros del estadio Santiago Bernabéu, está la base de operaciones del Real Madrid. Aquí, en la zona noreste de Madrid, convive a diario el grupo mejor pagado del fútbol mundial. La Ciudad del Fútbol de Las Rozas, propiedad de la RFEF, centraliza todas las miradas del madridismo. A las once menos cuarto de la mañana, con un frío notable (apenas 7 grados), las cámaras comienzan a salir de sus estuches, los bolígrafos cambian de mano y las fans se aglutinan en las taquillas para abonar el euro de rigor y presenciar unas carreras, una mirada de sus ídolos.

El viernes amanece despejado en el cielo pero cubierto en los despachos. La chispa de la lengua de Roberto Carlos ha vuelto a provocar un incendio en la Casa Blanca. La chatarra arrojada por el brasileño a los canteranos tras la eliminación copera del pasado miércoles ante el Valladolid («los no habituales deben tener más hambre») evidencia los desajustes que, dentro y fuera del campo, provoca la convivencia entre Zidanes y Pavones. Con medio vestuario mordiéndose los labios prepara el Real Madrid el compromiso del domingo ante el Mallorca en el Santiago Bernabéu, un escenario al que el grupo isleño le ha tomado la medida en lo que llevamos de siglo.

Poco a poco, los galácticos pisan la tierra. Algunos, como Ronaldo, Guti o Figo, salen al césped con guantes y gorro para resguardarse del frío. La sesión, sin calentar ni nada, arranca con una serie de disparos a puerta. Así, para estirar músculos. Unos minutos después, Vanderlei Luxemburgo agrupa a los suyos, gesticula y los manda a correr. La carrera contínua es de chiste, de verbena. Apenas llega a los diez minutos. Ronaldo, para no perder la costumbre, cierra el pelotón riendo junto a Guti. «Yo me entreno en los partidos» es uno de sus preceptos obligados. Después es tiempo para las risas.