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Fernando Fernández|ATENAS
Aunque el tiempo y la geografía hayan puesto barreras ya nada insalvables de por medio, Mallorca siempre ocupará un lugar privilegiado en la memoria de César Argilés. El seleccionador español de balonmano, nacido en Palma en 1941, no tiene reparos de declararse un enamorado de la Isla que le vio nacer hace 62 años. «Es mi tierra y me siento muy mallorquín, pese a las distancias», comenta de forma rotunda el veterano técnico, que en los Juegos Olímpicos de Atenas tiene la misión de llevar a España a reeditar las medallas de bronce logradas en Atlanta y Sydney.

Argilés reside en la Comunidad Valenciana, pero sus vacaciones tienen un único destino: Mallorca. «Conozco la Isla al detalle. De joven, la recorría en excursiones que me llevaron a conocer rincones maravillosos», explica el seleccionador, quien vio la luz en la actual calle Bosque, aunque buena parte de su infancia y adolescencia la pasó muy cerca, en la Bonanova. «Los veranos fueron lo mejor de aquellos años. La pandilla de la Bonanova nos reuníamos y bajábamos hasta el hotel Maricel para bañarnos. Era idílico, poco que ver con la actualidad», añade Argilés, quien critica el desmesurado crecimiento que ha padecido la Isla en las últimas décadas.

«Uno ve cómo ha cambiado todo y no tiene palabras. Aún recuerdo cuando la playa de Santa Ponça estaba cerrada, o ibas a la de Palmanova y podías dejar el coche en un pinar, a dos minutos de la arena. Hoy, es algo imposible e impensable, pero es el precio que se ha pagado para mantener la principal industria de la Isla, que debe estar agradecida al turismo, el motor que le ha permitido dar un salto de calidad, con algunas contraprestaciones».