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Cánticos irreproducibles, camisetas blanquinegras o en su defecto de la selección inglesa, rostros eufóricos y cerveza, mucha cerveza. El paisaje de Magaluf, habitualmente más despejado a estas alturas del año, se anticipó ayer al comienzo de la temporada turística y albergó en sus calles a una marea de seguidores británicos que se despreocuparon del frío y la lluvia con la intención de preparar el partido que se iba a jugar un par de horas más tarde. Los bares y pubs de la zona se convirtieron en el punto de encuentro para la gran mayoría de hinchas ingleses, que los utilizaron a modo de refugio para resguardarse de las inclemencias climatológicas. No encontraron el sol que tanto persiguen durante el periodo estival, pero al menos pudieron contentarse con una ingesta masiva de alcohol que animó la vida de la localidad durante una tarde plomiza.

La escasa presencia de turistas y el elenco de establecimientos que se ofertan en la zona provocaron que los hooligans se dispersaran por distintos lugares. A simple vista era fácil localizarlos. Bastaba con guiarse por el estruendo que surgía de algunos de los bares más emblemáticos de la zona o con prestar atención a la presencia policial que se establecía en los puntos más conflictivos. Las fuerzas de seguridad, sin llegar a intervenir más de lo necesario, establecían un férreo marcaje a los grupos más problemáticos y observaban desde la distancia todo lo que acontecía a su alrededor.

Pero si en la calle sólo se apreciaba la representación inglesa durante el traslado entre bares, en el interior de los locales la temperatura ascendía varios grados con sólo cruzar el umbral de la entrada. Los surtidores de cerveza alcanzaban su punto de actividad máxima, mientras algunos aficionados se centraban en consumirla al tiempo que intentaban mantener el equilibrio sobre sus indefensos pies. En el suelo, algunos rastros de sangre que evidenciaban alguna riña anterior y en el exterior y bajo la lluvia, otro grupo de seguidores descorchaba una botella de cava a modo de triunfo y regaba a sus camaradas que le vitoreaban con entusiasmo. A su vez también se observaba un segundo tipo de aficionados, éstos mucho más calmados, que se limitaban a disfrutar de la tarde sin llegar a mezclarse entre los más desinhibidos. Y por si alguno era incapaz de tomar el autobús que debía desplazarle al estadio, los locales anunciaban la transmisión del partido a través de la televisión británica y se esforzaban en ofrecer a su público un amplio catálogo de bebidas alcohólicas. Después, el trayecto al campo y una nueva colección de imágenes para el recuerdo. Las sandalias, los bañadores y los sombreros mexicanos primaron en un Son Moix que vivió bajo dominio británico.