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J.C. SABRAFIN
Lo que para la mayoría no deja de ser una frase hecha para alimentar la esperanza, para el Real Mallorca y, por encima de todo, para su afición, fue la prueba irrebatible de que sí, que no falla, que al tercer intento se acaba alcanzando aquello que se escapó en los anteriores. Tres goles dieron la victoria a los baleares en su tercera final de Copa. Ese número parece sonreír a los de Manzano, que acaban de incorporar su segundo gran trofeo a las vitrinas del club. Uno más y todo será perfecto.

Ayer, cuando Nadal aún no había recogido el premio de la noche de manos de don Juan Carlos, la Font de ses Tortugues empezaba a recibir a los primeros seguidores mallorquinistas para celebrar el título. «Y ahora, el Madrid, en la Supercopa», gritaba uno, con los pies en remojo, y desprovisto de la camiseta de su equipo, que llevaba alrededor del cuello. Ni Zidane, ni Raúl, ni Ronaldo, ni Figo, ni el recién llegado Beckham le quita el sueño a la hinchada. «Que miren hacia atrás y saquen sus propias conclusiones. Ya saben lo que les espera...», agregó un compañero suyo, alzando la voz para hacerse oir en medio de la sinfonía de cláxones, bocinas y cánticos de la gente que, en pocos minutos, llenó la céntrica plaza palmesana.