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ENVIADO ESPECIAL A NUEVA YORK
Teníamos que volver, sí, volver. Por esas casualidades de la vida, seis días antes del atentado a las Torres Gemelas, acompañé a Carlos Moyà de compras al lugar. Ayer, de camino al hotel después del entrenamiento matutino en Flushing Meadows, sede del US Open, Carlos me dice: «Esta tarde vamos», y a partir de ese instante comenzamos el interrogatorio al chófer del vehículo oficial. Carlos asume el papel de periodista y le pregunta: «¿Dónde estaba usted?». El relato nos deja helados. Contesta el conductor: «Manhattan se convirtió en una jaula y sólo la gran unión entre todos nos salvó. A mí me llevó a mi casa un desconocido en su coche».

Joan Bosch, Yan Schaffter y Pepe García nos acompañan. Para llegar necesitamos dos taxis. El cielo está negro y amenaza lluvia. Yo voy en el segundo taxi, con García, que le indica al taxista: «Llévenos a Ground Zero». Al hombre le cambia la cara. Nos damos cuenta, el taxímetro corre y el corazón se me acelera. Estamos frente a la Estatua de la Libertad, y no están las Torres. Ya estamos en la Zona Cero. Pagamos el taxi, once dólares con propina, qué casualidad. Impresiona todo, desde el silencio a las dimensiones y profundidad del brutal socavón que han dejado las Torres "se llenaron 108.444 camiones de escombros", se nos hace un nudo en la garganta cuando recordamos las imágenes, que todos tenemos en la retina, de personas lanzándose al vacío desde las ventanas.

Seguimos andando y no le paras de dar vueltas a lo sucedido el 11 de septiembre del 2001. Ahora entendemos mejor el sufrimiento de los neoyorquinos y la rabia de un país que le declaró la guerra al terrorismo. A la Zona Cero la rodea el recuerdo de los familiares que perdieron a alguien el 11-S. Sólo se pudieron recuperar 1.102 cadáveres, y más de 19.500 restos humanos siguen sin poder ser identificados. Hoy todo lo que queda del World Trade Center son dos vigas de hierro en forma de cruz, recuperadas de entre el 1.642.698 toneladas de escombros, y una bandera estadounidense que los bomberos encontraron.

Nuestra visita tocaba a su fin y al final, descubrimos el porqué de la mala cara del taxista. La Zona Cero se ha convertido en una atracción turística. Cada día pasan más de cien mil personas por la zona. Estas cifras desbordan al Empire State, Rockefeller Centre o incluso al que hasta el 11-S era el símbolo de la ciudad, la Estatua de la Libertad.

Patricia Conde, emocionada y triste, no quiere fotos, no ha superado el schock del momento. A unos metros, una azafata de American Airlines deposita un ramo de flores y rompe a llorar. Son casi las ocho de la tarde. Se comienza a cerrar el mirador de la Zona Cero. Mañana seguirá el peregrinaje de miles de personas que se acercan a ver el vacío que durante muchos años fue el centro financiero del mundo. Para nosotros ha sido una experiencia desgarradora. Comienza a llover sobre Nueva York y Moyà me dice: «No me lo puedo creer».