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A la misma hora que el Mallorca saltaba al terreno de juego de Son Moix, el pueblo en masa de Consell ofrecía sus condolencias a los familiares de Jaime Fiol Borrás, el popular y entrañable Jaume «Puput», barbero a la vieja y plácida usanza y el mejor presidente que ha tenido el equipo de fútbol local a lo largo de sus ochenta y dos años de existencia.

Jaime Fiol Borrás, fallecido la tarde del viernes a los 75 años de edad, del que todos los que tuvimos la dicha de conocerle guardaremos para siempre el recuerdo de su bonhomía, era un mallorquinista convencido de que el Mallorca al final iba a salvarse, pero no las tenía todas consigo. Al final se fue a la tumba con la incertidumbre de lo que ocurriría en esta despedida liguera 2001-2002, pero convencido de que en el competitivo fútbol actual no hay enemigo pequeño.

Y es cierto. No hay enemigo pequeño, y desde luego este no es el Valladolid, que no sólo llegó a Palma con los deberes hechos, sino con la historia a favor. Si el fútbol fuera una carrera de apuestas, al uso de los «matchmakers» ingleses, estas a priori habrían estado diecisiete a uno a favor de los albivioletas. Eso es: de los últimos diecisiete partidos jugados entre ambos, el Mallorca sólo había ganado uno.

Hasta anoche, en que en el partido más importante y decisivo del año el Mallorca rompió las estadísticas, poniendo fin de manera positiva a una pésima temporada. Es la hora de hacer balance. Rebobinemos por lo tanto y situémonos en el 27 de junio del año pasado, día ya entrado en calores en el cuál Mateo Alemany presentó al alemán Bernd Krauss «como el mejor entrenador posible». Había euforia y estas palabras tan poco medidas del presidente había que encuadrarlas en el clima general que rodeaba a un Mallorca que estaba con un pie en la Champions -nadie dudaba de que se eliminaría al Hajduk Split en la eliminatoria previa, como así sucedió" y que, aunque apenas se había reforzado, del once llamado titular sólo se había desprendido del nigeriano Finidi George. Nada grave, por lo tanto.

Pero a veces a la euforia la carga el diablo, y lo que parecía iba a ser una temporada brillante muy pronto se volvió una pesadilla. Muchos aficionados lo han olvidado ya, pero el palo inicial del Las Palmas en Son Moix no fue un accidente, sino un aviso para navegantes. Es como si aquél 0-3 hubiera dejado «groggy» a los bermellones y desde entonces andaron como sonados por el ring de la Liga. De otra manera no se explica el sufrimiento casi continuo en todas las competiciones en que participó el Mallorca. Hasta hoy, en que ha terminado la pesadilla. La lástima es que mi buen amigo Jaime, al que yo respetaba y quería como si fuera un hermano mayor, cargado de buenos consejos, no haya podido verlo. Se habría alegrado infinito.