Jorge Muñoa X TURQUÍA
Imposible, la única palabra que nunca ha querido pronunciar la
España de Javier Imbroda, brotó por fin de su boca en honor al
mejor equipo que desde su desmembración en 1991 ha reunido la
moderna Yugoslavia, cuya inmenso arsenal humano luchará por un oro
que la selección tuvo en el punto de mira veinte minutos. La puesta
en escena de España no pudo ser mejor. La selección presentó la
tarjeta de visita de un equipo campeón, bien armado, organizado,
humilde y dispuesto a sacrificarse sobre la pista del Abdi Ipekci
para exprimir hasta la última gota de su imberbe calidad sin
pararse a mirar el nombre del rival.
El primer logro del equipo español fue reducir prácticamente a
la anda a los pívot rivales, la línea más vulnerable de los
yugoslavos, constantemente acosada por Alfonso Reyes y Pau Gasol,
que en menos de diez minutos ya habían enviado al banco a Dejan
Tomasevic y a Predrag Drobnjak.
Pesic tuvo incluso que cambiar a sus bases ya durante el primer
cuarto porque España también apretaba por fuera en una combinación
de emparejamientos que desorientó a Yugoslavia, incapaz de lanzar
un sólo contragolpe en los veinte primeros minutos y por detrás en
el marcador desde el seis de seis que los españoles anotaron desde
la pintura (6-13 m.6).
España vivía un sueño que después de dos cuartos era
completamente real (36-39), pero estaba claro que Yugoslavia
volvería del vestuario echa un vendaval. Así fue y el partido entró
en un genuino cara o cruz. La mayor intensidad de los yugoslavos y
los inesperados misiles de Drobnjak, autor de once puntos en el
tercer cuarto, descubrieron otro escenario y la selección, sin
perder la compostura ni descomponerse, pero con más problemas que
antes, acumuló una peligrosa desventaja para afrontar el último
periodo (57-51). Un par de triples más, uno a cargo de Sahsa
Obradovic y otro ejecutado por Stojakovic, lanzaron a los vigentes
campeones del mundo.
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