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El Atlético de Madrid, tres días después de confirmar su permanencia en Segunda División, se agarra a la semifinal de la Copa del Rey, que disputará mañana contra el Zaragoza, como la última oportunidad para aliviar su depresión, en una temporada que su rival aprobó en el último momento. La Copa del Rey ha alcanzado a Atlético y Zaragoza con la mente puesta en el final de temporada, sin casi tiempo para asimilar que es su última posibilidad para jugar una competición europea. El ganador de la semifinal, en el caso de que el Barcelona elimine al Celta, no estará obligado a lograr el título para participar en la próxima Copa de la UEFA, suficiente motivo para que ambos pusiesen todo el empeño.

Pero la Copa les llega en mal momento, extenuados por un final de temporada que ha abierto heridas en ambas aficiones. En la atlética, porque no sintió recompensado su esfuerzo, y en la zaragocista, porque pactó una tregua en el último partido, pero busca explicaciones a la transformación de un equipo que, hace un año, llegó a la última jornada con posibilidades de ganar el título. La cita en el Calderón se convertirá en un plebiscito de la desilusionada afición rojiblanca a la gestión de Jesús Gil y a la actuación de unos jugadores a los que se les pide una mayor implicación con la historia del club.

Además, se despedirá de su afición el técnico, Carlos García Cantarero, que será sustituido por Luis Aragonés, después de haber logrado siete victorias y un empate en los ocho encuentros que ha dirigido al conjunto rojiblanco y Francisco «Kiko» Narváez, que ha anunciado que abandona el club tras ocho temporadas.

El Zaragoza, mientras, acude al Calderón liberado de la presión que ha acumulado en la última semana, en la que se jugó la permanencia en la Primera División. Los jugadores del conjunto aragonés recelan del posible estado anímico de su rival porque consideran que el Atlético se aferrará a la única posibilidad que tiene de dar una alegría a sus seguidores.