El portero mallorquinista Miki, que debutó ayer, en una pugna con Martín Palermo. Foto: ALFAQUI.

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El Mallorca sigue palpando la Liga de Campeones. El grupo de Aragonés supo transformarse a tiempo y cargar la mochila con un punto que le afianza entre la flor y nata de la Liga. Un movimiento de su entrenador en la apertura del segundo acto le permitió arreglar lo que parecía roto en mil pedazos. La irrupción de Carlos y Güiza resultó determinante en la transformación que experimentó la escuadra balear. Incrementaron las revoluciones y sellaron un empate que oculta un elevado valor anímico y también puramente aritmético.

El repertorio que ofreció el Mallorca durante la primera parte resultó deprimente. Ausente y blando, el equipo balear se aplicó sin sentido alguno. De hecho, el cuadro local superó a los baleares en todas las facetas del juego y ese gobierno absoluto acabó arrojando una estadística que delataba con máxima fiabilidad lo que había ocurrido sobre el rectángulo de juego: Palermo y Víctor arreglaron el partido en apenas treinta y siete minutos y el Mallorca no fue capaz de tirar ni un sola vez a puerta.

Uno de sus principales argumentos, Leo Franco, recibió un golpe en la pierna derecha y a los veinte minutos solicitaba el cambio. Irrumpía Micki Garro, un guardameta huérfano de experiencia en Primera y que tuvo un estreno coloreado en negro. Sus dos primeras intervenciones fueron para agacharse y recoger el balón del interior de la portería. Eso sí, poco más pudo hacer ante la languidez exhibida por su propia defensa, especialmente en la acción que supuso el primer gol.

Pero el partido dio un giro de ciento ochenta grados en la segunda parte. Casi empezó con un movimiento de Luis Aragonés. Retiró del campo a Luque y Biagini y apostó por Carlos y Güiza. Un minuto después, Carreras remataba a gol un saque de esquina botado por Ibagaza. El Mallorca empezaba a empujar. Su fútbol se había transformado y su rival se sentía intimidado. Carreras volvía a intentarlo, después Miquel Soler, aunque fue Carlos quien dio un golpe de timón. Controló un balón largo, se internó en el área y después de burlarse de toda la defensa entregó el gol a Güiza. Era el 2-2 y la metamorfosis había cobrado tangencia en el marcador.