Marcos, rodeado de contrarios en un lance del partido. Foto: ALFAQUI

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En el Sardinero y ante un rival más preocupado de mirar hacia abajo que de otra cosa, el Real Mallorca se quedó en blanco. Ausente durante demasiados minutos, aplicó un fútbol deprimente que debía haberle mandado al vestuario con la mochila llena de piedras. Su principal problema es que no hizo nada.

Los locales, metidos de lleno en la carrera hacia la permanencia, tardaron un cuarto de hora en engrasar la máquina, pero cuando la tuvieron a punto miniaturizaron a su rival. El derechazo de Mazzoni, a los diecisiete minutos de partido, resultó premonitorio. Poco después de que Leo Franco desenredara el balón de la red, el Racing volvía a la carga. Mazzoni, Regueiro, Amavisca, Colsa, Ismael... todos los que vestían de verde creaban peligro. El Mallorca caminaba sin sentido, como si estuviera metido en un escenario laberíntico.

Cuarenta minutos después de achicar balones, el Mallorca encontró un premio enorme. Se acercó al área en una falta botada por Luque; Finidi puso a prueba a Ceballos y Marcos se encontró con un balón de gol. Pero el partido no tardó demasiado en recobrar su aspecto más lógico. El Racing volvió a la carga y en otro rechace perdido por el área inclinó de nuevo la contienda. Colsa le pegó con fuerza y el balón acabó fijado en la escuadra de la portería balear.

El equipo cántabro varió su manual en la segunda parte. Con ventaja en el marcador y consciente de que el Mallorca debía exponer mucho más, retrasó líneas y confió su ataque a la velocidad de Regueiro. Aragonés buscó cambios dando entrada a Leonardo Biagini (Carlos se fue al vestuario) y variando el aspecto de las bandas: Albert Riera, que se estrenó en Primera, ocupó el puesto de Lluís Carreras, mientras que Àlvaro Novo sustituyó a un Finidi George que sigue sin convencer a nadie. La receta del sabio no surtió efecto.