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MIGUEL LUENGO - MELBOURNE
La estadounidense Jennifer Capriati vivió el día más feliz de su vida al ganar ayer el primer Grand Slam de su carrera con una sorprendente y rápida victoria sobre la suiza Martina Hingis en la final del Abierto de Australia. Capriati, perdida para el tenis hace unos años, se reencontró con la alegría y se convirtió en la primera gran campeona del nuevo milenio al derrotar a Hingis por 6-4 y 6-3 en sólo 63 minutos.

Jennifer vio finalmente la luz después de un largo periodo de oscuridad. A sus 24 años ha ganado su primer grande, quizás algo tarde después de lo que apuntaba en sus comienzos, cuando se convirtió en la más joven semifinalista en la historia del Grand Slam en Roland Garros en 1990, y el tenis americano soñaba con descubrir a la sucesora de Chris Evert, pero tiene tiempo suficiente para prolongar la nueva carrera que ha iniciado en Melbourne este año.

Capriati saltó de alegría al ganar el último punto de su partido, con el que conseguía el décimo título de su carrera, un resto demoledor sin contestación que dejó blanca a Hingis, luego se echó la manos a la cabeza sin creérselo todavía y llorando corrió a recibir el beso de su padre Stefano. Tras sentarse en su silla y firmar el primer autógrafo como campeona al juez árbitro, Peter Bellenger, conectó su teléfono móvil para hablar con su madre Denise y su hermano Steven. «Oh, Dios mío», exclamó, «no puedo creérmelo, estoy deseando regresar a casa para celebrarlo con vosotros, os quiero», dijo.

En su discurso también hubo palabras emotivas. «Gracias Dios por permitirlo, mi sueño se ha hecho realidad. Os quiero mucho a todos», dijo al público que llenaba la pista.