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El día que Serra Ferrer debutó en Son Moix no hubo más embrujo que el de un estadio enamorado de su equipo. El recinto mallorquinista recobró el semblante de las grandes citas y formó un bloque de granito con ese grupo de jugadores invencibles. Así es imposible perder y el técnico barcelonista no tuvo más remedio que rendirse ante una única evidencia: su antiguo club le había goleado así en las gradas como en el césped.

Más de veintidós mil espectadores acudieron al campo para presenciar en vivo el gran pulso pobler. Estaba escrito que aquella tarde iba a deparar algo grande mucho antes de que Eto'o desquiciara a Dutruel. También Aragonés lo sabía. Difuminado entre el público, en un lugar perdido del gallinero del estado, el de Hortaleza hacía continuas visitas a su banquillo a través del móvil y aquella fluida comunicación provocó todo tipo de interferencias en el juego blaugrana. La sociedad telefónica Aragonés-Amer le ganó la partida táctica a un Serra Ferrer que encajó el golpe con una templanza poco conocida en Mallorca. Fue un triunfo gigantesco, un baño al Barça que va camino de convertirse en un fijo en el calendario (con la de ayer son ya tres derrotas consecutivas del equipo blaugrana en Palma).

En la noche de las celebraciones, sólo Albert Luque se quedó a medias. El delantero quería dedicar un gol a su ex compañero del Málaga Fernando Sanz, que sufre una lesión, pero un error arbitral frustró su deseo.