Siviero entra en falta a Ezquerro durante el partido que disputaron ayer el Mallorca y el Athletic en San Mamés.

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Después de exhibir media hora de un fútbol contundente e incisivo, que tuvo como colofón el soberbio misil con el que Engonga taladraba el portal de Lafuente, el Mallorca fue perdiendo brillo a marchas forzadas en beneficio de su lado oscuro. El equipo que había comenzado dictando el guión del encuentro y mandaba tanto en el juego como en el marcador, fue dilapidando su seguridad a medida que iba creciendo su ataque de pánico.

El Mallorca era un mar de dudas y Urzaiz se dedicó a acrecentarlas al sacar petróleo de un fallo defensivo. Con el partido empatado, había nervios por todas partes. El grupo de Aragonés se mostró espeso en el centro del campo y el técnico madrileño contribuyó al desconcierto ordenando un cambio incomprensible: Carlos, el hombre más bullidor arriba, se fue a la banqueta para dejar su puesto a Armando. El de Mairena encajó mal aquella decisión pero Luis no le dio opción al diálogo y le ordenó que aplazara las quejas a otro día.

El Athletic leyó bien el bajo momento anímico de su enemigo y asestó un durísimo golpe en la franja más delicada del partido. Apenas habían transcurrido doce minutos desde el polémico cambio, Urzaiz culminó un soberbio pase de Julen Guerrero para dejarlo todo liquidado. El grupo de Txetxu Rojo entró en una fase de juego esplendorosa, no tanto por el fútbol que desarrolló como por la fuerza psicológica que da el saber que se gana haciendo lo mínimo por ganar. Roa tuvo que pluriemplearse para evitar que el tercer tanto subiera al marcador y la defensa bermellona evidenciaba muchas carencias en cuanto el Athletic era capaz de orquestar un contragolpe más o menos organizado, Con todo, el Mallorca logró meterse en el partido hasta el punto de entender que el empate estaba a su alcance. Cojo por la banda de Àlvaro Novo, el equipo basculó hacia la posición de Finidi. El nigeriano contribuyó a abrir el juego de un equipo necesitado de un compañero mejor colocado para el remate. Y ese compañero casi siempre era Nadal.