El Mallorca no mereció la derrota en ninguna fase del partido. Foto: TOMÀS MONSERRAT.

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Nadie disfrutó más que Fernando Vázquez cuando el Bernabéu enmudeció con aquel gol fabricado por la factoría filial del Real Mallorca: centro medido de Alvaro Novo y Romerito bate a Casillas de un cabezazo formidable. El técnico bermellón había rebuscado mucho para encontrar algún argumento que insuflara moral a una plantilla sostenida con alfileres. Machacado por las bajas "con los jugadores ausentes se podría haber hecho otro equipo titular" el grupo bermellón se conjuró para defender lo que le quedaba de autoestima, recobró gradualmente el pulso a medida que descubría la escasa talla de su rival y danzó muchos minutos ante un Madrid desconcertado y vulgar. El Mallorca hizo algo más que adelantarse en el marcador. Perfectamente conducido en las bandas por Ibagaza y Novo, bien asentado en defensa y con un centro del campo muy batallador, el equipo bermellón acabó desquiciando a su oponente blanco, incapaz de encontrar espacios para desplegar su fútbol de toque. Cansado de paredes, apoyos y balones que siempre se estampaban en la zaga bermellona (o en los buenos servicios de Leo Franco), el Madrid lo intentó de cualquier manera. A falta de tres minutos para el descanso, Roberto Carlos exhibió mejor que nadie las prisas que atenazaban al equipo, con un fortísimo disparo que fue a estamparse al palo.

El paso de los minutos fue el mejor aliado de un Mallorca muy dado a obtener buenos beneficios de sus ventajas en el marcador. El grupo de Vázquez supo esperar atrás para tratar de asestar el golpe definitivo a la contra. Sin embargo cometió errores de definición que en el Bernabéu suelen pagarse con la pena capital. Si en la priemra parte Carlos Domínguez exhibió sus limitadísimas condiciones en el uno contra uno, en la segunda fue Diego Tristán quien se hartó de balón en una jugada personal que Roberto Carlos terminó sacando de la misma línea de gol. Tristán perdonó pero Raúl, no. A siete minutos del final, el delantero madridista demostró que un minuto suyo puede decidir mucho al recoger un balón servido por Ognejovic para dibujar una jugada personal que terminó con el balón acomodado al fondo de la red. Sólo entonces se le aclararon las ideas a un Madrid tambaleante. Los jugadores de Vicente del Bosque pusieron cerco al portal bermellón y el sueño del Mallorca comenzó a desdibujarse.