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Ladislao Kubala. Su nombre sabe a fútbol. Rezuma fútbol. Su presencia en los terrenos de juego marcó toda una época. Fue profesional del fútbol desde 1942, que con 15 años empezó en el Ganz, de la Primera División húngara, hasta 1967, que con 40 años colgó las botas siendo jugador-entrenador del Toronto City canadiense. A Ladislao Kubala el sueño de perseguir un balón para huir de la miseria le convirtió en uno de los más famosos objetores de conciencia de una Europa castigada por las bombas. Se jugó la vida para no tener que hacer el servicio militar ni en el país de sus padres, la antigua Checoslovaquia, ni en el país donde había nacido: Hungría. «Yo solo quería ser deportista, no hacer el servicio militar. Escapé de Hungría en un camión con matrícula falsa del ejército soviético y disfrazado de soldado ruso. Si me hubieran descubierto me habrían fusilado en el acto. Por desertor y por vestirme de militar sin serlo». Kubala todavía siente escalofrías cuando recuerda este episodio de su vida que en España sirvió de base para una película de mucho éxito, «Los ases buscan la paz», allá por 1952. «De todos modos yo soy un hombre de suerte. Me salvé de morir fusilado en la frontera, pero también me salvé de morir en el accidente aéreo de Superga, ya que el Torino me había invitado para jugar con ellos el amistoso de Lisboa y el Pro Patria, equipo con el que jugaba algunos amistosos previo pago de una multa a la FIFA, no quiso que fuera. Murieron todos, incluido mi paisano Giulio Schubert, nacido en Budapest y compañero mío luego en el Bratislava», añade.

«Mi infancia fue muy solitaria y pobre. Fuí hijo único. Mi padre, Pablo, que murió de un infarto en 1945, jugaba de extremo en el Ferencvaros y al mismo tiempo trabajaba como albañil. Mi madre, Ana, trabajaba en una fábrica de cartones», cuenta Kubala. El fútbol español sería su salvación. Vino de gira con un equipo de refugiados políticos llamado Hungaria, del que se quedaron Kubala en el Barcelona y Mogoi en el Mallorca. «Estábamos en un campo de concentración de Roma y formamos el Hungaria para reunir algún dinero y ayudar a la familia. El Real Madrid nos había organizado la gira por España con la condición de quedarse con el jugador que les gustase. Quisieron ficharme, pero José Samitier fue más listo y cuando jugamos en Les Corts me hizo firmar un contrato por el Barcelona en principio para jugar amistosos, ya que estaba sancionado por la FIFA. Me daban ocho mil pesetas al mes y trajeron a mi mujer, Violeta Daucikova, hermana de Fernando Daucik, con la que me casé en 1946 y he tenido tres hijos».