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Descendiente de una familia de esclavos, Jesse Cleveland Owens ha sido atleta de todos los tiempos.El único mortal que en un solo día fue capaz de batir seis rècords del mundo. Desahuciado per los médicos, concedió en su casa de Phoenis (Arizona) la última entrevista de su vida a nuestro colaborador Miguel Vidal. 1980 pudo suponer, supuso, una puñalada mortal para el olimpismo. La politización del evento de Moscú cambió para el futuro el sentido de los Juegos Olímpicos. Por otro lado se nos fue para siempre Jesse Owens, el genuino representante de un movimiento que junto al esfuerzo físico exige un espíritu excepcional. Y Jesse Owens lo tenía, ayudado por una mujer, Ruth, de una simpatía y una bondad absolutamente increíbles.

Cuarenta y siete años permaneció junto a un hombre considerado un símbolo. «Nunca tuvimos una desavenencia. Jesse es un hombre bueno como pocos», alardeaba. El caso es que James Cleveland Owens, Jesse para todos, se nos fue, víctima de un cáncer de pulmón, él, que siempre tuvo una vida oxigenada. Fue una fuerte impresión para mí encontrármelo en su soleada casa de Arizona, en la East Acotilla Lane de Phoenix, la capital del Estado, alimentándose por un tubo y hablando con un hilo de voz. «Oh!, boy...I'm very sick».

Pero muy enfermo y todo, enfermo de irse (los médicos le habían dado una semana de vida aquellos primeros días de febrero de 1980 y sobrevivió dos meses al fatídico pronóstico) tuvo un gesto de grandeza que nunca podré agradecerle bastante. Un gesto que sólo un hombre de su categoría humana puede tener. Pidió una nuevas gafas a su mujer, a la que llamaba cariñosamente «Baby», se quitó el tubo de la nariz para las fotos -«no quiero que los aficionados españoles me vean así», fue la excusa- y me rogó paciencia para la charla, en la que de vez en cuando iba intercalando las pocas palabras que conocía en español.