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No olvidará este año en su vida. En los diez meses de 1999 ha conocido el momento más feliz de su carrera, cuando el pasado mes de marzo escaló en Indian Wells a la cima del tenis mundial, pero también ha sufrido uno de los mayores sinsabores desde que ingresó en el circuito profesional. Carlos Moyá es hoy un tenista preocupado. Una fisura en una vértebra le ha ha obligado a prolongar dos meses más su ausencia de las pistas, o lo que es lo mismo, a despedirse de la temporada. Visiblemente contrariado por una lesión interminable, el tenista mallorquín trata por todos los medios de encontrar el lado positivo de su situación: «Dentro de lo malo he tenido la suerte de que el problema ha aparecido cuando ya han terminado los torneos de tierra que es donde mejor me encuentro. Está claro que con esta lesión no puedo jugar los de superficie rápida, que es algo a lo que ya he decidido renunciar porque en estos momentos lo prioritario es recuperarme al cien por cien». Tanto el jugador como su entrenador, el catalán Josep Perlas, dan por finalizado el año en lo que a competiciones se refiere. Moyá se prepara ahora para afrontar otro encuentro mucho más trascendente: vencer ese persistente dolor que le acompaña a todas partes. El jugador ha escuchado ya numerosos consejos de especialistas y es posible que en las próximas semanas viaje a Alemania para recibir algún nuevo tratamiento. Con la confianza de solucionar su problema en el menor plazo posible, el jugador tratará de seguir un plan específico de trabajo progresivo a fin de encontrarse en las mejores condiciones para disputar el Abierto de Australia en el año 2.000. El primer Grand Slam del nuevo milenio puede ser también el primer gran reto de un Carlos Moyá que no arroja la toalla. El mallorquín encara el futuro con esperanza y confía en escalar posiciones en el ranking para volver a ocupar un lugar dentro del top ten.