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JORGE MUÑOA-Madrid
Han bastado tres encuentros para que el influjo de Djordjevic sobre el Real Madrid, a pesar de que el serbio aún necesita rodaje, sea un hecho consumado que el Unicaja puede constatar con luz y taquígrafos tras sentir el implacable instinto ganador del base en sus propias carnes.

Con el serbio sobre la pista, el equipo de Sergio Scariolo es otro, juega más, cree más y encuentra un caudal de recursos que, por fin, ha permitido ver un atisbo de las verdaderas posibilidades que encierra el vestuario blanco. Eso sí, respaldadas por otro aspecto de capital importancia que llevaba de cabeza a los blancos: la irrupción de un hombre interior de garantías, que ante los malagueños volvió a ser Eric Struelens, resucitado de un oscuro bache.

Diez rebotes y catorce puntos del belga insuflaron al Real Madrid la consistencia que tanto echaba de menos. Struelens desde las alturas y Djordjevic a ras de suelo devolvieron la sonrisa a los tensos rostros de un equipo que ya no se reconocía ni a sí mismo.

El yugoslavo sabe arrancar lo mejor de los demás. A los blancos les hacía mucha falta acabar con una racha que ya estaba empezando a repercutir en la autoconfianza de todo el grupo y Djordjevic les enseñó el camino. Primero, para anular un fulgurante despegue malagueño y jugar, por fin, al baloncesto; luego, en los instantes críticos, para enseñarles a todos la fórmula mágica de la victoria.

Djordjevic supo galvanizar la buena labor de Eric Struelens, habilitar al belga con balones interiores, poner el balón en manos del perímetro sobre las posiciones que necesitan los aleros para descargar la muñeca y, por encima de todo, rescatar un concepto básico del baloncesto: el contragolpe.