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JORGE MUÑOA (PARÍS)
63 FRANCIA: Rigaudeau (10), Digbeau (8), Foirest (7), Bilba (11), Weis (-) "cinco inicial", Gadou (10), Sonko (4), Risacher (3), Julian (-), Abdul Wahad (4), Sciarra (-) y Smith (6).

70 ESPAÑA: Rodríguez (2), Herreros (29), Jiménez (-), Reyes (10), De Miguel (14) "cinco inicial", De la Fuente (6), Corrales (3), Dueñas (4) y Angulo (2).
Arbitros: Jungebrand (FIN) y Sudek (SVK). Sin eliminados.

La selección nacional, o el baloncesto español, que viene a ser lo mismo, ha terminado la larga travesía del desierto que comenzó hace una década y media con la plata de los Angeles'84, un metal que España ha vuelto a colgarse del cuello en el Europeo'99 y que todavía puede transformar en oro tras dejar en la cuneta a Francia, el equipo que le dio el pase a la fase final de París para luego caer derrotado en el último escalón hacia el podio. La selección de Francia, que en la segunda fase había derrotado por diecisiete puntos a los hombres de Lolo Sáinz, pero que también les metió en cuartos con una épica remontada frente a Eslovenia, sucumbió cuando tenía todo a su favor para redondear un magnífico campeonato.

El público, el ambiente, los antecedentes, todo sonreía a Francia, pero la España de París no ha sido la de Clermont Ferrand ni la de Pau. Ha sido la gran selección que en el 84 disparó la popularidad de un deporte desde entonces maltratado por la indiferencia de quienes no han querido entender el desarrollo técnico y atlético de una disciplina en constante evolución.

Cuando nadie daba un duro por ella, cuando sólo los que conocen el enorme desequilibrio que para el baloncesto ha supuesto la desmembración de la Unión Soviética y la antigua Yugoslavia valoraban la presencia de España entre los ocho mejores del campeonato francés como un éxito, la selección ha vuelto a dar muestras de una grandeza sin límite.