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Personalizar fracasos para ocultar defectos en ocasiones industriales es un ejercicio harto frecuente en el concierto baloncestístico profesional, donde el propio entramado invita a abrir la puerta de las urgencias. Buscar un culpable sobre el que cargar las miserias de un proyecto que se ha quedado a medias es un ejercicio al uso. No obstante, la acusación queda limpia de incoherencia y crueldad y cobra vigencia absoluta cuando se otorga máximo poder para coser y descoser a un tipo que, entre otras cosas, exhibe un currículum repleto de gazapos. Jaume Ventura Sala, nacido en Mataró el 15 de agosto de 1.952, pasará a la historia del baloncesto mallorquín como el técnico que más despropósitos acumuló en poco más de cinco meses y tuvo la habilidad para encontrar excusas a todo. La suya es la herencia del mal y pese a que ningún miembro de la ejecutiva inquense lo admitirá en público, existe unaminidad a la hora de tildar de «error histórico» la renovación del preparador catalán al término del curso 97/98. Poner sobre la mesa un nuevo documentro contractual y permitir que Ventura estampara su firma fue pactar con el desastre, imbuir a la sociedad en un oscuro tunel del que todavía no se observa el final.