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714 minutos y muy poco fútbol. Ariel Miguel Ibagaza, bautizado en Buenos Aires como el caño, está bajo sospecha. Introvertido y de diálogo casi monosílabo, este mediapunta formado en Atlético Lanús y que llegó a Mallorca con cartel de jugador intuitivo, imprevisible y escurridizo, se ha convertido en el gran fracaso del club balear. Avalado por Héctor Cúper "fue una de sus apuestas personales", Ibagaza anda muy lejos de ser el jugador desequilibrante e imaginativo que se vendió desde Argentina. No tiene gol, no tiene presencia física y su último problema físico parece haberle dejado sin ritmo y velocidad. Nada le sale bien. Telegrafía sus regates y parece haber perdido su habilidad para mentir sobre el rectángulo de juego. Impreciso a más no poder, la punta del rombo del Mallorca reclama acomodo en el banquillo de madera.

La sombra de Juan Carlos Valerón es alargada y todo un mundo separa al centrocampista nacido en Las Palmas del tipo que llegó para sustituirle. El empeño de Héctor Cúper en mantenerlo en el equipo titular se antoja como un absurdo ejercicio de tozudez. Ibagaza se ha quedado sin munición y su presencia es un lujo asiático contraproducente para el colectivo. Ocupa plaza de extranjero y el recambio está en casa: Veljko Paunovic es la solución adecuada. El yugoslavo pide paso.

El crédito de Ibagaza se ha agotado y su propio valedor parece ser consciente de ello. De hecho, Héctor Cúper reconoció en el transcurso de su última comparecencia ante los medios de comunicación que «Ibagaza no está en un buen rendimiento, tiene momentos de calidad futbolística y la verdad es que yo confio en Ibagaza y también confio en el jugador que pueda entrar en su puesto. Personalmente respeto todas las opiniones, aunque hacer la alineación es algo que me compete a mí y si habrá cambios es algo que debo valorar y meditar».